jueves, 25 de diciembre de 2008
Cuando te abrazo
Con mis manos me agarré a la esperanza de tu piel,
y ya dentro de ti busqué los juguetes rotos de aquel niño
al que le regalaron la angustia como cielo
y la culpa en todas las sobremesas.
Pusimos orden en el ritmo asincopado de nuestras vidas
y le arrancamos al tiempo su reloj.
Y vimos la luz húmeda de la tarde deslizarse
hacia la oscuridad deliciosa
del que se sabe ausente y sin biografía,
verso no escrito latiendo a la vera abrasada de tu cielo,
espejo dormido en donde te ensueño.
jueves, 4 de diciembre de 2008
Ben Goossens, o el surrealismo fotogáfico
Ben Goossens es un artista belga que tras su paso por la escuela de Arte, donde una de sus asignaturas era la fotografía, trabaja durante 35 años como director de Arte en publicidad. Ahora hace surrealistas composiciones experimentales combinando fotos e ilustración (aerógrafo) y enviando sus imágenes a diferentes acontecimientos fotográficos donde tiene un notable éxito. Todas sus imágenes están tomadas con una Nikon D70 y manipuladas con Photoshop CS2 un Mac G5 2GHz DualCore.
Ben Goossens nos deja una excelente galería de imágenes llenas de imaginación que nos envuelven en escenas imposibles al mejor estilo de los clásicos pintores de este estilo.
Para tener un mayor conocimiento visual del arte de Goossens, PINCHA AQUÍ
jueves, 27 de noviembre de 2008
Ella
sábado, 15 de noviembre de 2008
Paseo con Hécate
La luna despertaba cristalitos de limón
en los húmedos paseos de la alameda.
Abrazado a la noche,
tu recuerdo hacía caminos al viento
mientras arriba y abajo
corazones de agua y plata
ponían ecos de luz a la memoria.
El tañer ebrio de una guitarra
puso ritmos de vino y llanto,
y la luz se quebró en mis ojos...
Y la mar,
una vez más,
amaneció en silencio.
sábado, 8 de noviembre de 2008
La nube de piedra
Tarde del 16 de julio de 1980
Este “corto-maltés” es de encargo, porque parece que el Destino me quiere especializar en la literatura de desastres, y yo así le he dado forma a lo que aconteció una tarde de julio de 1980 en la muy noble villa de Cieza cuando, cual galos descendientes de Asterix, creímos que el cielo se derrumbaba sobre nuestra cabezas.
Fijate que yo entonces tenía 6 años, y recuerdo algunas escenas de la tormenta perfectamente...Así me contaba J.A. Abellán, alias “Pinsapo” para los foreros de Meteored y el mejor fotógrafo de meteo-cielos de la región, los ya lejanos acontecimientos que estremecieron a mi ciudad un 16 de julio de 1980.
Estábamos la familia en casa viendo asombrados como caían aquellos enormes granizos y la cantidad tan masiva en que lo hacían.
Al terminar todo, la terraza de mi piso tenía un montón de piedras de bastante espesor; no recuerdo exactamente pero era mucho. En cuanto a efectos pues ya viste, y tu eras mayor y los recordarás mucho mejor, que fueron cuantiosos.
Coches, persianas, etc…, y lo peor de todo a nivel económico, los graves destrozos que causó en la agricultura.
Muchas plantaciones de frutales tuvieron que ser arrancadas, debido al pésimo estado en que quedaron los árboles….
De esta guisa entre Pinsapo y un servidor avivamos los recuerdos de aquella tarde de hace 28 años, en la que creímos un poco más en todas las historias de terror del Final de los Tiempos que nos habían contado nuestros mayores. Supongo que cada ciezano/a que estuviera a pie de nube aquella jornada tendrá sus particular página de remembranza de lo que nos cayó encima casi sin mediar aviso, como no fuera que la noche se adelantó a su hora en mitad de la siesta.
Yo había venido de Mazarrón aquel día a cosas de médicos; necesitaba una receta de algo que me estaba tomando y además, tenía una cita con alguien que pasados los años me defraudó completamente...La vida a veces es así.
Recuerdo que después de comer me quedé traspuesto en el sofá y que desperté entre sudores y oscuridades inusuales; me bastó asomar mi curiosidad a la ventana para darme cuenta de que algo pasaba en los cielos, o que el tempo del día y de la noche se había alterado de alguna forma.
Bajé a casa de mi tía Soledad -Solita para los conocidos- en busca de compañía que mitigara el temor que en mí crecía por momentos. No encontré a nadie y cuando el estruendo comenzó tuve que vérmelas solo con el miedo.
De aquel cielo verdoso amarillento que ocultaba con su opacidad la luz de la tarde caía un tropel de piedras blancas del tamaño de un huevo de pavo -pavo de granja, por si hay dudas- que se estrellaban contra paredes, coches, tejados, puertas y persianas.
Me dirigí al interior de la planta baja y cuando fui a cerrar la puerta del patio para impedir que la pedrada celestial entrara en la cocina, vi que el sumidero estaba tapándose con las bolas de hielo.
Al poco la lluvia comenzó a caer sin que el pedrisco disminuyera y me temí lo peor. Allá que me fui con un paraguas a destapar el sumidero, cosa que no logré cuando vi cómo el negro habitáculo de tela que me cubría la cabeza saltaba hecho trizas ante el bombardeo que aún seguía cayendo con inusitada violencia. Salvé el cuero cabelludo de milagro…
Opté por la retirada y vi impotente cómo la casa empezaba a inundarse.
Me dirigí a la puerta de la casa, no sé si a pedir ayuda o a coger aire; estaba asustado. Pero el agua también estaba entrando por allí; la calle bajaba como un río entre el estruendo de los impactos de la piedra contra todo; recuerdo que la luna trasera del coche de Pascual “el Pando”, justo detrás del mío, estalló bajo los efectos del bombardeo. Mi Seat 127 aguantó el tipo, aunque la carrocería quedó como la piel de una naranja con las gomas de las ventanas señaladas por los mordiscos de la intensa granizada.
Por cierto, cuando a la mañana siguiente volví a Mazarrón y paré para echar gasolina en un surtidor de Alhama, las miradas de asombro que se dibujaron entre los operarios y clientes del lugar ante la vista de aquel aspecto tan poco usual que ofrecía el auto me obligaron a dar las consabidas explicaciones. No sé si aumenté el tamaño de la tragedia, que en estos casos suele suceder, pero dejé constancia de que algo extraordinario había sucedido en Cieza el día anterior y así quedó registrado en sus memorias de aquel verano de 1980.
Después de que aquella inmensa montaña de hielo se alejara por levante y el sol se atreviera a asomar la ceja por la Atalaya, la gente salió a las calles a contemplar el desaguisado con que la naturaleza nos había sorprendido cuando aún andábamos con la digestión y en la contemplativa de los posos del café. Las calles aparecían blancas y los paseos y avenidas llenos de hojas arrancadas por la furia del pedrisco…
En la huerta, a los que les tocó “la pedrea”, fue el miserere.
viernes, 31 de octubre de 2008
Invierno (soneto roto)
Tienen los días de invierno un sol leve
que bosteza aterido, desmayado
de luces, cual simulacro olvidado
que anuncia en sus sombras blancas la nieve.
Perdieron ya las horas su relieve
y anda el viento con la mar enojado.
El camino en la niebla está varado
y no tengo árbol verde que me lleve.
Adagio del tiempo, sueño en el alma,
tardes pequeñas con faroles de agua.
¡Qué fríos tiene los ojos la luna!
Se instala la noche en su mutismo
ahogando la acuarela gris del día;
tras el soplo helado de una estrella llora un niño.
martes, 28 de octubre de 2008
Sumiso amor
Una desproporcionada tentación
de ver sólo un trozo apetitoso de carne
rotunda y cocinada para la lívido,
con dos ojos que te tienen que mirar desde muy lejos,
tan lejos que puede que confundamos la distancia
y terminemos por encontrar nuestros propios ojos
mirándonos a nosotros mismos.
Entonces todo parecería que fuese cuestión de cerrarlos
y que las manos hablen y vean,
porque quizás en ese espejo no nos queramos ver jamás,
así de sumisa ella,
así de sumisos todos,
tan carne en la carne, tan inermes,
sintiendo tanta hambre de deseo
que hasta la misma hambre se harta.
Reto para el amor,
para sentarlo en el plato del ayuno y comer cómo y lo que sea...
Que las manos hablen, si se atreven,
que yo ya entorno la mirada y me callo.
miércoles, 8 de octubre de 2008
Desde lo pequeño
A veces me detengo ante las cosas
a escuchar el tenue aletear de un ángel
modelando en ellas con infinita ternura,
sombras de la memoria ida y recuperada
que surgen ante mí
desde cualquier pliegue de luz
conque la vida acentúa su naturaleza callada.
Es entonces que renazco yo
y renacen ellas,
y de no ser más que un chato relieve
sin formas escrituradas
desde que en el origen de todo
se sembró mi escasa semilla,
vuelvo a soñar que soy senda, poeta,
laberinto de sueños, paisaje del alma.
Y vestido del verso que habita en la belleza
recompongo el gesto amargo
y salgo a la vida, renovado,
como si fuera todo verdad,
como sin creer en Dios, creyera.
miércoles, 1 de octubre de 2008
Ana Fagarazzi
Descubrir a la mujer interior, a la musa de todos los hombres, a la polimórfica figura de la Diosa, todo eso y más está en la mirada de ANA FAGARAZZI en sus "fine art pictures".
Y es que para el hombre, la imagen de su Compañera de la Vida puede ser un interminable caleidoscopio en cuyas caras, a veces, la sombra sepia de algún recuerdo asoma por las páginas polvorientas de la memoria.
viernes, 26 de septiembre de 2008
Intimidad
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Heidegger
Leído hoy, 24/sept./08, en un periódico regional murciano.
Es de Heidegger y dice:
Si quieres respuestas, guarda silencio.
Si necesitas preguntas, lee poesía.
Quiero dejar constancia de este pensamiento como de algo excepcional; porque ya es sabido por muchos, que la inteligencia y el buen gusto son conceptos cada día más y más extraños y que cada vez menos humanos manejan y usan en sus vidas.
lunes, 22 de septiembre de 2008
On my own
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Good bye, Mr Wright
Poco a poco los años van derribando los ladrillos del muro que conforman las generaciones, uno a uno, pieza a pieza. Hablando por la mía, primero se nos cayó John Lennon bajo el plomo de un idiota manejado por el cruel destino, luego vinieron las despedidas de G. Harrison, de Syd Barret, y hace unos días se nos marchó Rick Wright, el teclista de los Pink Floyd.
A partir de cierta edad, y que cada uno/a ponga el punto exacto en los mapas del tiempo, los años se van rellenando de un incómodo entrenamiento en el adiós, en una forzada manera de desapegarse de todo aquello, cosas, personas, lugares, que en otro tiempo más joven nos ayudó a almacenar recuerdos lúcidos de una vida que ellos/as cantaron, pintaron, esculpieron o simplemente pasearon por ella su figura irrepetible.
Valgan estas pobres palabras, seguramente perdidas en la inmensidad del universo virtual, en obligado homenaje a Wright, teclista de uno de los mejores grupos de música moderna de la historia; y mientras hoy vuelvo a escuchar a sus dedos paseando por el surrealismo de sus melodías, uno se pregunta tal como su compañero Waters lo hacía en uno de los maravillosos cortes del album "The wall": Is anybody ELSE out there?
jueves, 4 de septiembre de 2008
Las "Pin Ups" de Peter Driben
Peter Driben fue quizás uno de los artistas de "pin ups" más productivos de los años 40 y 50. Aunque ALBERTO VARGAS y GIL ELVGREN también produjeron un trabajo bastante extenso, ninguno de los dos se acercó al altísimo rendimiento de Driben. Driben nació en Boston (USA) y estudió en la universidad de La Sorbonne, Paris, en 1925. Aquí tienes algunos de sus iconos femeninos más famosos por aquellos años.
HAZ CLICK AQUI
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Atardeceres
Auparme en el suspiro último de la tarde
con la despedida del día,
mientras las horas se cubren de noche joven
y las estrellas asoman aleluyas en las alturas.
Deambulo por los salones de la memoria;
escojo el sepia de la mañana,
lo sopeso durante unos segundos
y luego le encargo al olvido
que me entierre las horas de luz
-pero también las sombras-
en cualquier fosa.
Atardeceres…
Juicios solemnes que discurren
entre la arqueología del despertar
y esta querencia mía
de apagarle al recuerdo su historia.
Atardeceres en el atrio de la luna...
Hacer caja de lo que se hizo sin sentir
y de lo que sentí no haber hecho,
mientras el véspero me medita
y me aligera en su diálogo callado con el alma
aprovechando mi momentánea ausencia...
Mañana empezaremos otra vida y te quiero presente
en el espejo hambriento de mi primera mirada,
no vaya a ser que el miedo a nacer de nuevo
encharque los humedales de mi nostalgia
y me ponga a pensar
que todo esto no es más que locura,
un mal negocio que alguien abrió por mí
cuando paseaba las eternidades sin nombre ni medida
por los infinitos arrabales de la nada.
sábado, 9 de agosto de 2008
Paciente espera
La tarde del estío se me pudre
entre querencias inabordables.
Oigo a una pelirroja escocesa cantando
viejas leyendas
cuyo sentido se me escapa
por entre la hierba húmeda de su voz.
Escribo sin rumbo
bajo el humilde fulgor de la memoria
buscándote en el iris azul de tu recuerdo,
confiando a tientas en la verdad proustiana
que tan segura declamaba
que el ayer era más que el hoy,
que el ayer era mañana.
Los dedos me queman y la visión tarda
en poseerme cuando me asomo
a los parajes por donde anduvieron mis sentidos
edificando evangelios de humo y agua.
Dulcísima epifanía de la noche.
Hay voces de hadas poblando mi cerebro,
martillos de enanos buscando diamantes
entre los pliegues de mi memoria.
Mientras, Blancanieves duerme cobijada
bajo mis silenciosos manzanares.
viernes, 8 de agosto de 2008
Tarde de toros
Corría el año 1981, septiembre. Trabajando como maestro de E. Primaria en el vecino y muy noble pueblo de Abarán y con ocasión de que mi director nos invitase a mi entonces novia Julia y a mí a "los toros", se me ocurrió trasladar al papel -paso ahora al mundo virtual- la rica experiencia que ambos disfrutamos/sufrimos en aquel Día Grande de la Fería abaranera, el de la Corrida de Toros...Por cierto, aquella tarde no llovió, cosa que vino a romper una larga tradición de aquellas fechas y lugares.
Fue una invitación irrenunciable, así que no pude por menos que agradecer tal deferencia y asistir a la corrida de la feria, el Día Grande en el que el pueblo vestía sus mejores ánimos.
Mi novia apenas opuso argumentos en contra; sabía que se trataba de una de esas ocasiones en las que es mejor poner buena cara y dejar que el tiempo moviera las manecillas del reloj con su geometría exacta.
Nos sentamos en el sector de "sombra", que se llenó al poco; el sector de enfrente no tardó mucho también en esconder el cemento tras una humanidad sedienta de líquidos (hacía un calor insoportable) y de emociones.
Yo procuré hacerme a la idea de que tenía la ineludible obligación de compartir con toda aquella muchedumbre el devenir del espectáculo al que iba a asistir; mi novia también lo pensó, aunque ella menos. La educación se demuestra incluso en aquellas situaciones en las que uno, a pesar de haber sido invitado, no forma parte de la mayoría por no compartir ni ideas ni arrebatos.
Pero allí estábamos los dos, rodeados de un gentío al que era imposible escapar; de eso me di cuenta y un cierto sentido de supervivencia se encendió en mi dormida claustrofobia; a mi novia también...
Y así, haciendo un esfuerzo notable por comportarme como es debido a pesar de ser invitado por fuerza que no por grado, observamos en la arena el salir bravo (yo diría más bien que asustado) del primer morlaco, negro como la noche, zaino, bragao, con unos cuernos desmesurados que te encogían el ánimo. Pero como la plaza entera rugió con esa hambre que ya los romanos domesticaron tan bien en aquellos siglos en los que los toreros eran cristianos y los toros leones, nosotros entonamos algunas interjecciones de calor y de emoción para no desentonar, digo...
No estuvo mal el principio.
El torero, de cuyo nombre ni me preocupé entonces ni mi memoria hace inventario ahora, elegante, en technicolor y marcando un desmesurado paquete en la ingle (mi novia se fijó en ello, aunque me lo hablaron sus ojos que no su boca), cogió al animal en el centro y se marcó unos pases con la capa entre los olés masivos que nosotros, con timidez, seguimos casi como en un rezo.
No está mal, me dije.
Desde hacía más de 20 años no había asistido a una corrida de toros; esta era la segunda. Quizá la novedad mate el aburrimiento al que me predestiné antes de entrar y amortigüe la desazón por estar tan rodeado de gente y sin salida posible; hasta las escalerillas estaban ocupadas. La cara de mi novia, pálida, angustiosa, no cuadraba con el ambiente; parecía más la novia del torero que la mía propia...
Los pases de "verónica", le oí decir a los entendidos que parecían custodiarnos, dibujaban cierta belleza y destreza en aquel par de protagonistas cuyos movimientos de ballet se paseaban de la media luz a la media luna del ruedo con ritmo.
Sí señor, no estaba aquello mal, me repetía mientras infundía ánimos a mi prometida todavía asustada. La cercanía de la barrera aumentaba las dimensiones del toro a veces hasta la temeridad. ¡Mira que si llegara a saltar la frágil cerca de madera...!, pensábamos ambos de vez en cuando...Mi novia más.
El tercio de banderillas hizo subir el tono de la fiesta, y los olés arreciaron ante la valentía de aquel bailarín sujeto a la nada a través de sus dos clavos bien disimulados por una farfulla de papelillos rojos y gualdas; porque eran clavos, porque en la primera embestida de la bestia vimos salir, por vez primera, la sangre de su lomo castigado, sangre oscura y densa que hizo lucir el sol en su negro lomo en medio de un bramido hosco de alma herida. El juego había empezado a tintarse de verdad y no había más salida que la muerte ante aquel trozo de pueblo que ardió en palmas y vítores; la sed del tendido comenzaba a aplacarse y a mí se me terminó la fiesta...A mi novia también.
Aparte de que el luminoso traje del torero se manchara de la sangre del toro, y de que éste pidiera a gritos cada vez más broncos un aire que le faltaba babeando un espumarajo de hiel y sed y miedo, me di cuenta de que el "juego" acababa realmente de principiar; un juego en donde la muerte se la jugaba como premio el hombre y como condena el animalico.
Luego vino el "picaor", y más sangre, y más gritos aupando el esfuerzo de aquel jinete que parecía querer taladrar el espinazo del toro con su pica; vi cómo aquel cuernilargo a punto estuvo de tumbar a caballo y jinete sobre la arena pintarrajeada de sangre, lo cual en mi fuero interno casi deseé.
La faena la vimos con el asco del que presiente el final, que vino después de tres intentos de estoque más un descabello.
Finalmente, las"mulillas" salieron con su jacaranda de campanillas y arreos de fiesta a por el noble morlaco, cuyos 400 kilos largos de animalidad inmóvil yacían sin nervio pero con ojos de desconcierto sobre el ruedo, último escenario de su papel oscuro sobre la selva humana de este planeta.
¡Y para qué seguir! Con el aliento contenido y rubricando en cada segundo la promesa de "nunca jamás", mi novia y yo nos comimos sin quererlo todo aquel pastel de dudoso paladar y gusto rayano en el asco hasta el sexto toro del festival.
Dimos las gracias al reloj que daba entrada a la noche, al invitante, (a ver, ¡era el jefe!) salimos entre los estipulados comentarios del pueblo asistente (¡ha estao bien, ha estao bien...!) invitándose para el año siguiente, (mi mente ya trabajando en excusas a 365 días vista) y en la sofocante atardecida de aquel septiembre nos perdimos por la carretera más cercana a la salida del lugar.
Una aventura más para amueblar la memoria, para contarla más aluego, como ahora mismo hago...Mi novia tampoco. Cuando vine a darme cuenta se me había ido con un transportista de Tarrasa al que sí le gustaba La Fiesta. Que con el gusto lleve el castigo; hablo de mi novia. Cosas de la vida...
viernes, 1 de agosto de 2008
Interminable estío
El cielo amarillento de la tarde
abre imágenes de arena en mi mente sudorosa
acorralando a la lluvia
en el último rincón de los recuerdos confusos.
La voluntad viste mortaja de hierro
y en un querer y desear,
y no poder,
el manjar amargo de las musas deshace
mi penúltima hambre de belleza,
mientras la vida late agobiada
de espaldas al poema.
Pero aquí me tienes, querida,
inmóvil en la eternidad del estío,
puliendo palabras apenas alumbradas
en este océano de la pereza,
escarbando en los sótanos del tiempo,
repasando emociones en sepia,
paisajes de verde y agua,
silencios...
De pronto, alguien a quien aún conozco poco,
me despierta en la brisa
temprana de la noche
leyéndome en un susurro casi inaudible,
el inviolado código de barras
de mis más íntimos deseos.
Shlevs, Prince of Greenland
jueves, 31 de julio de 2008
Conciencia
La mente no es una cosa, es sólo un suceso, o más bien un proceso. De hecho, la mente no existe como tal, carece de sustancia. Solamente existen pensamientos, pensamientos que se mueven tan deprisa que nos parece y -así lo sentimos- que "allí adentro" existe algo con continuidad.
Viene un pensamiento, y después otro, y otro...Hay tan poca separación entre ellos que lo percibimos todo como un "continuum". Y así, dos pensamientos se unen y forman una continuidad y debido a ello creemos que hay mente. Pero la mente es únicamente apariencia y cuando miramos a sus profundidades, desaparece; quedan sólo pensamientos. Pensamientos que pasan a través de ti y de mí, porque en realidad somos un inmenso vacío. Somos como la posada, como el cielo; los pensamientos son los huéspedes, las nubes, van y vienen; observa su ir y venir.
Cuando te conviertes en "observador" de tal proceso, en "testigo" inafectado de todo lo que ocurre en las oscuras inmensidades de tu ser, adquieres poder sobre la mente.
No se trata de controlar nada; En un sentido ordinario la mente no se puede controlar, porque si no existe, ¿qué vas a controlar?. Además, ¿quién será el controlador?; porque más allá de ella no existe nadie....
Todo lo más puedes conseguir que un trozo de mente controle a otro trozo de mente; puede que hasta te crees un tercer "actor", el juez supervisor de todo ese proceso. Pero ¿dónde estás tú? ¿En cual de las tres partes en conflicto radica tu ser esencial? Es un juego peligroso que puede multiplicar a sus intervinientes "ad finitum" derivando en una paranoia incontrolable, pero repleta de "controladores" paradojicamente.
Pero no hay nadie. Somos un silencioso vacío en cuyo centro puede que haya algún dios; quizá Dios mismo. Pero eso no será una creencia, ni una idea, ni un mandamiento. Será una experiencia o no será.
Te propongo un experimento. Mírate la mano, examínala atentamente, pálpala; esa es la mano que te revelan tus sentidos, un objeto material compuesto de piel, alguna vellosidad, carne, nervios, músculos, venas, huesos....
Imagina ahora que la examinas bajo el poder de un potente microscopio. En la fase más baja de aumento, ya no ves carne lisa, sino un grupo de células. Al acercarte más, ves átomos separados de hidrógeno, oxígeno, carbono...que no tienen solidez alguna; son como sombras fantasmales y vibrantes que se revelan ahora como trozos de luz y oscuridad. Has llegado al límite entre la materia y la energía, pues las partículas subatómicas que forman cada átomo -electrones que bailan alrededor de un centro nuclear compuesto de protones y neutrones- no son puntos de materia; antes bien, parecen rastros de luz dejados como estelas de "cobetes" de unos fuego artificiales en mitad de la noche.
A este nivel, la solidez es unicamente un racimo de rastros luminosos de energía; en cuanto ves uno de esos rastros, la energía ha pasado a otro lugar sin dejar nada sustancioso detrás que puedas ver o tocar.
Ahora te hundes más y más en el espacio cuántico. Toda luz desaparece; sólo se atisban bostezantes abismos de negrura y de vacío. Muy lejos, en el horizonte de tu visión, ves un último destello, como la estrella más lejana e imperceptible en el cielo nocturno.
Retén ese destello. Es el postrer resto de materia o energía no detectable por instrumento científico alguno. La negrura se cierra. Te encuentras en un sitio donde no sólo ha desaparecido la materia y la energía, sino también el espacio y el tiempo....
Y ahora, después de tan largo viaje a través de una de tus manos, es el momento de hacerte a ti mismo algunas de esas preguntas tan trascendentales que la humanidad se viene haciendo desde sus albores. ¿Quien soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?...
Sólo se requiere un mínimo de honestidad, de seriedad, de rigor...
Y un saludable "sense of humour, of course"
Shlevs, Prince of Thoughts.
domingo, 29 de junio de 2008
A vueltas con tu recuerdo
Hubo tiempos
en los que los besos eran eternos,
las noches de insomnio deseadas
y los pechos, suaves y agradecidos.
Los atardeceres del otoño
sembraban oros vacilantes en tu cabello,
y el sol en sus puestas nos guiñaba su ojo
dejándose apagar por la luna.
Esos ayeres, no tan lejanos,
me avisan hoy, aquí,
de pie sobre el silencio esquivo de tu mirada,
mientras engaño a la soledad
con cuentos de terror heridos
dañados por el desamor cotidiano de tus ausencias
y algunas buenas risas,
para digerir mejor los besos que hoy no doy.
Esos que se indigestan cerca de los labios
camino de un corazón,
el tuyo, mi dueña,
peregrino de mis intimidades,
el mío, señora,
aquí y ahora,
sin más quehacer que levantarle al ayer
las faldas de la memoria.
(By courtesy of Shlevs, Prince of yours)
viernes, 20 de junio de 2008
Saludos, Karenth
Hola, hija de Abdunm y de la maga Tirth. Te reconocí en el preciso momento en que cruzaste tu mirada risueña con la mía por vez primera. Que sepas que tu belleza es heredada de tu madre, la sin par Tirth de Hain, la gran hechicera de ojos tan azules como el cielo de la Tierra Media en un día de primavera.
¡Ay, que inteligente fue tu padre y que tontorrón fui yo, con no darle a la maga el secreto que con tanto ahínco buscó en mi cerebro de terracota...!
Pero en fin, aquellos tiempos desaparecieron y vano es lamentarse por lo que ya no tiene el menor remedio.
Y ahora viene la hija, tú, y me pide lo mismo, que le levante el velo que oculta lo que los magos grises hemos guardado durante generaciones y generaciones de los intrusos y déspotas de este mundo.
Pues sí, Él vendrá, tal como lo creyeron los habitantes de Hain, de Meliendor, de Kerherim y tantos y tantos pueblos cuya fe todavía no se ha perdido entre la niebla que oculta la Verdad en estos tiempos tan oscuros, más si cabe que aquellos en los que Sisamorth imaginó un destino terrible para todos nosotros y que felizmente no pudo llevar a cabo.
Me alegro de que me aprecies; yo también, porque en mis almiaques (algo así como la tele de los humanos) te he podido contemplar (espiar, más bien, y perdona) como la hija de aquella a la que amé con desesperación, tan bella, tan encantadoramente hermosa y tan sabia; así también eres tú.
Ten fe, pequeña diosa, ten fe, porque ya se oye el gozne de los tiempos. Asómate a la noche como tu madre hacía al término de cada jornada y escruta el firmamento. La señal ya está ahí.
Recuerdos a Abdunm, tu padre, hijo de Pogrel y de la sufriente Mazteh, a los que conocí cuando corríamos en los felices días de la juventud por las praderas inacabables de la Comarca bajo los buenos auspicios del gran Thain.
Te deseo lo mejor, hija de Tirth. Ponte una flor en la oreja derecha como hacía tu madre; si es una flor de trébol, mejor que mejor.
Saludos desde la Tierra de la Memoria de este fatigado peregrino.
Shlevs, Prince of the Past
lunes, 2 de junio de 2008
Lluvia, humus del alma
Leemos en Blake: "la eternidad está enamorada de las creaciones del tiempo". Los días bajan caudalosos, como colmados en su furor por las lluvias que no abandonan mi tierra, y la mirada se contagia de la tibieza doméstica, tan dulce, que parece razonar en un idioma trabado en el remoto refugio de las horas de una infancia soñada.
Tras mi ventana la jacaranda y el ciprés se mecen bajo el suave azote de la lluvia, cálida y constante. "La eternidad está enamorada de las creaciones del tiempo": uno esperaría revelaciones en antiguos pliegos, o el embate de la visión seráfica, o la premura del contacto desnudo más allá de cualquier posible refrigeración. Sin embargo las horas parecen no pasar, sino sedimentarse prudentemente, generando en el humus del alma algún oscuro mineral cuyo destino apenas podemos entrever.
Hoy florecerán amapolas ya tardías y el cauce de los torrentes se enturbiará en su abundancia impetuosa. La tierra se remueve, herida de fecundidad y futuras luces. Este es el tiempo creador en la soledad de Adán, este es lenguaje eterno de la fugacidad.
Shelvs, Prince of Rain
viernes, 23 de mayo de 2008
Stormyweather
Siempre que la primavera templa los cielos de mi tierra con la estimulante variedad de nubes, chubascos y hasta tormentas, me viene a la memoria la historia que acabé por plasmar en el papel electrónico de mi ordenata hace dos años. La titulé "tiempo tormentoso", porque esa es una de las pasiones que ponen guía a mis sueños desde hace más de 20 años.
Ya la he publicado en otros blogs, pero viendo que Julia no lo tiene en el nuestro y estando en el mes que estamos, me he decidido a volver a editarla aquí. Espero que os guste tanto como a mí me gustó el componerla.
Decía Lord Byron que salvo dejar de escribir, nada hay más difícil para un poeta que empezar a hacerlo. Y a fe que en esas estoy con demasiada frecuencia, aun a sabiendas de que el oficio me agrada. El oficio de escribir prosa, artículos, comentarios, "e-mails" y cosas así, que el de poeta me viene grande y desproporcionado.
De forma que ante las "presiones" por parte de mi compañera Maite -buen ángel me envió el buen Dios en el que no creo demasiado- e incluso del director de esta "santa casa" en la que me encuentro tan confortablemente instalado, me puse a rebuscar en mis papeles con escasa fe, dicho sea de paso, intentando ver si tenía algo aprovechable con que "cumplir" y de paso desentumecer el alma y airear las letras. Que falta me hace.
De lo demás, bien; gracias....
Y di con una cassette en la que constaba la grabación de una conversación que mantuve el pasado verano con mi colega y meteoloco Juan Marhuenda -alias "Twister" para los habituales de los foros de meteo en Internet- en una "kedada" que celebramos en Toledo todos los aficionados levantinos y castellano-manchegos con el noble propósito de hablar de la no menos noble ciencia de la Meteorología.
El motivo lúdico-turístico tampoco estaba descartado, como luego se vio.
Fue en el hall del hotel Edén.
Recuerdo que la noche ya pintaba estrellas y luceros por los ventanales y el momento se prestaba a las confidencias y comentarios tras la primera reunión del grupo minutos antes, en una de las dependencias municipales del propio Ayuntamiento toledano.
Había hambre y sed; y ganas de seguir hablando de todo aquello que tanto nos gusta y nos une, de los visajes del cielo, de los discursos del viento, de anticiclones y de borrascas, de la lluvia y de la nieve y de todo lo que sucede –previsto o no; si es imprevisto, mejor- en las alturas y a lo que cada día se le da más y más importancia.
Sentados como aquel que dice "casi en el aire" sobre el suelo de cristal bajo el cual se adivinaban algunas de las dependencias del local y confortablemente instalados ante una mesa bien surtida de güisquises, cervecicas frescas y otras componendas del comer y del beber, Juan fue desgranando ante la animada concurrencia que allí se daba cita el capítulo más notable de la historia todavía inacabada de sus múltiples correrías en pos de los fenómenos atmosféricos.
En concreto, su particular aventura de lo que le aconteció allá en su tierra manchega una calurosa tarde del temible verano de 2003.
Los valencianos Isabel Granados, Joan Planelles, y otros dos compañeros de cuyos nombres no guardo recuerdo, fueron testigos conmigo de lo que allí nos narró el bueno de Twister.
Así que cuando las lenguas ya estuvieron suficientemente engrasadas tras el gozoso moje en las bebidas y bien parapetados frente al calor que afuera del hotel se adivinaba, Juan empezó más o menos así :
El tumulto de las celebraciones me aturde siempre; quizá sea por la falta de costumbre. Una boda en la más estricta intimidad en la que además del cura, éramos tres frente al altar -como 7 meses después se pudo comprobar- y dos bautizos que despaché con cigarros puros en la misma puerta de mi casa avalan lo que digo.
Por lo demás soy un individuo bastante introspectivo, amante de Ana Cristina, mi esposa, de mis dos “pezqueñines” y de la soledad y el silencio que el campo me brinda cuando salgo por los alrededores de Bonagua, mi ciudad natal, a pastorear sueños y poemas ilegibles; ilegibles por imposibles; o al menos poco probables.
Pero a pesar de ello no podía faltar a la boda de Ernesto Esparza Nieto, mi amigo de la infancia; y con todo el sacrificio de que era capaz, asistí primero en la iglesia del Sagrado Corazón a la ceremonia religiosa y luego a los locales del restaurante Rambla. Allí nos hallábamos más de 300 comensales haciéndole los honores a las variopintas tapas que llenaban las mesas y cuyos restos aparecían ya esparcidos por todo el suelo.
Con cierto disimulo y aprovechando que Ernesto estaba manteniendo una animada charla con varios de sus familiares, salí fuera a fumarme un cigarrillo y a respirar un poco de libertad lejos del agobio del resto de los convidados, los cuales ya se pasaban decididos con los ánimos subidos y charlas en puro grito al café-copa-y puro, que se dice.
El restaurante Rambla está situado a unos 17 kms de Bonagua y a 30 de la capital, Ciudad Real, en medio de la planicie manchega. El lugar tiene el aspecto poco logrado de un castillo feudal bastante kitsch, de cuyo blancor tienen noticia los viajantes a decenas de kms a la redonda y que sirve como faro a la sed y al hambre del moderno caminante. Dedicado exclusivamente a este tipo de eventos, el dueño ganaba en bodorrios y bautizos más que suficiente para mantener a su numerosísima familia en la que entraban en nómina sus 5 hijos y no sé cuántos nietos....
Lo primero que noté ya en el exterior fue un calor excesivo, punzante, agobioso. Eché un vistazo al cielo y por poniente observé erectas columnas de cúmulos que ganaban altura con cierta rapidez. El cielo aparecía de un azul escandaloso, por lo que el blancor de las torres de agua destacaba de una forma muy cinematográfica en el cinemascope de la planicie manchega.
Como buen aficionado a la meteorología, aquello despertó en mí intuiciones dormidas en aquel largo y aburridísimo verano en el que hasta aquel día –un 24 de agosto a las 17’30 horas- no había habido novedades dignas de destacar en mi diario de bitácora como no fueran cielos monótonos de un azul clamoroso en su despejo tan huérfano de nubes; y calor, mucho calor.
Así que mientras mis pulmones tiraban del cigarrillo a la sombra verde de los plátanos que daban escolta al “salón de bodas y bautizos”,observé con grato interés aquel espectáculo celeste que desarrollaba su función ante mi ávida mirada.
Pero fue el calor tan asfixiante, tan picajoso, el que puso en acción a mis lentas neuronas; porque saliendo momentáneamente de aquel “éxtasis”, ciertas lucecitas de alarma se me empezaron a encender y me puse a atar cabos.
“¡Joer, qué bueno sería que aquellas almenas de agua cuajaran en algo esta noche!”- me dije todo entusiasmado.
Eché de menos estar en casa frente a mi “ordenata” consultando modelos de meteo, radares, opiniones de los amiguetes del foro....Pero no había excusa fácil para abandonar a mi amigo del alma en aquellas circunstancias tan especiales; así que tiré del móvil e intenté contactar con la “tribu” de aficionados bonagüenses que no éramos muchos, en realidad; apenas cuatro gatos que se suele decir...
El primer contactado fue Antoñín Rojas, el de la carpintería, que como era sábado no trabajaba.
-¡Ostias, tío, lo que te estás perdiendo!- fue su acalorado comentario.
-El radar muestra reflectividades amarillas –continuó informándome el bueno del carpintero- y en el modelo de 500 tenemos sobre nosotros una iso de –20º que puede dar bastante juego...
Una isoterma de –20ºC a esa altura (unos 5 kilómetros, metro arriba, metro abajo) podía ser explosiva. Pero fue el otro “meteoloco”, mi vecino Alfredo España, el que me emocionó con sus datos. Porque no sólo me confirmó los –20º de temperatura a 500hpa, sino que a su información añadió el alto índice de humedad en el modelo Hirlam de 700hpa ( a unos 2 kms y medio de altura aproximadamente) y la dirección del viento en esos niveles, de SW a NE.
Apagué el móvil y miré de nuevo al cielo.
¿Cuánto había durado aquella breve conversación con mis amigos? ¿Cinco minutos, diez...? Pues en aquel breve lapsus de tiempo la situación había cambiado sustancialmente.
Ya no eran incipientes cúmulos “congestus” los que ocupaban gran parte del poniente en la lejanía; ahora eran tres hermosísimos cumulonimbus de redondeces provocativas (¡ay, mi romanticismo, siempre tan morboso él...!) los que se me echaron encima cuando levanté los ojos a lo alto; allí estaban, sí, perfectamente alineados en lo que tenía todos los visos de ser una línea de turbonada.
Me alejé unos metros del edificio e intenté adivinar cual era la dirección del viento en superficie. No me fue difícil averiguarlo: soplaba con cierta intensidad del sur-sureste. Recordé aquella regla de los vientos que aprendí en un libro de meteorología que decía que si se cruzaban los vientos de superficie y de altura en ángulo recto, es clara señal de movimiento ciclónico.
La conclusión estaba clara; aquel colosal desfile aéreo podía terminar en aguas recias y en pedrisco, quizás.
A esto que salen del comedor varios invitados y una nube de chiquillos con las señales inequívocas en sus ropas de haber devorado dulces de chocolate.
Paco Esparza y Julián Almeda, hermano y sobrino del novio y de la novia respectivamente, se me paran delante y con cierta sorna a la que ya estoy bien acostumbrado me espetan directamente mientras auscultan aquel tropel de nubes que coronan nuestra presencia en el lugar.
-¿Qué, Juan, llueve o no llueve?- ironiza Paco
-Ahí dentro no hay quien viva; hace un calor del copón.....- añade Julián.-Ya ni el aire acondicionado compensa, ¡joder!.
Como respuesta, una violenta ráfaga de aire ardiente barre nuestros pies. La tolvanera de polvo asusta a los chicos que corren a refugiarse de nuevo al salón. Luego se volvió a hacer la calma mientras que el sol se ocultaba tras las enormes chimeneas de agua.
Ahora no corría ni una pizca de aire; con aquellos vapores gordos que empujaban hacia lo alto se respiraba una esperanza de tormenta.
-Será mejor que entremos. Esto parece que va a comenzar de un momento a otro- les dije a mis contertulios. Mientras nos retiramos, oigo sonar mi móvil; es Alfredo.
-¿Estás en el Rambla, ¿no? Pues te aconsejo que salgas de ahí a toda pastilla. El radar ya da “rojo,” más o menos sobre el pueblo, tío...¡Qué pena que no tenga un “doppler”, porque esto va en serio...!
De pronto en mi imaginación se me pinta la Rambla del Cortijo cercana al restaurante al que le da nombre. La carretera que une el establecimiento en donde estábamos y Bonagua atraviesa dicha rambla y se cuentan desgracias ocurridas allí en tardes o noches como esta en las que algún listillo, despreciando el peligro de cruzarla en pleno diluvio dio con su vida en el intento.
Pensando en si comunicarle o no al novio mis temores me topo con las hermanas Ramírez, Irene y Purificación, feas próximas al arquetipo y solteras de profesión con escasas perspectivas de cambio en sus vidas. Las acompañan tres damas más a las que sólo conozco de vista; éstas tampoco están por la labor y contemplan el beso arrebatador y el revuelco lascivo desde distancias cuasi infinitas.
A todas ellas se les nota contenticas; quizás un punto en exceso. Seguramente la boda las ha animado. Viven entre la ilusión y la desesperanza, mientras los años -que son como galgos corredores a esas alturas de la existencia- las persiguen por la cuestas cada vez más empinadas del calendario
-¡Hombre, Juan! ¡A ti te quería yo ver!- me dice Irene. –Anda, danos el parte, ¿lloverá o no lloverá?
Intento evadirme de tan comprometedora compaña y hago un aparte indisimulado con un amago de sacar el móvil una vez más...
Irene “me perdió” una Navidad hace casi 20 años por aquella estúpida manía de quererme hacer renunciar al tabaco. Estaba yo en pleno rito de iniciación y los “sin boquilla” que consumía me costaba horrores conseguirlos.
Desde aquellas fechas, el inhalar y expeler humos me depara un placer doble. Porque aquel juego de “te lo quito-te lo escondo” terminó como debía, ella en la sala de espera de la sacristía y yo, fumando como un tren –hablo de aquellos trenes oscuros como bestias mitológicas, con aquellos bigotes de humo a ras de rueda y luengas cabelleras negras al viento; los de ahora ya salen afeitados de fábrica- y con dos chavales en el Libro de Familia que se me tiran al bolsillo cada vez que viene una fiesta de las de guardar; que ahora son todas, por lo que se ve...
Y evidentemente, Ana Cristina sí fumaba
El coro de risas de las féminas ante mi apuro por darles un pronóstico sobre la situación fue un disparo general, pero no cumplió su curva natural de entonación; porque de pronto se alumbró la creciente oscuridad de la tarde ya capotona y cargada de plomo en su cenit, con un relámpago tan ancho y llameante que todos tuvimos que cerrar los ojos y dar una encogida como si nos echaran la luz encima.
Apenas se apagó el latigazo de luz, se hizo un silencio temeroso en espera del trueno que no tardó en llegar. Fue un restallazo de sonido que nos hizo vibrar los tímpanos hasta el dolor.
Corrimos al interior con el susto en el cuerpo; allí dentro las caras de los comensales denotaban que sentían lo mismo. Yo, sin podérmelo remediar, volví a salir; quería ver aquel teatro de los cielos y refugiándome en el porche me dispuse a gozar.
Mientras buscaba nerviosamente otro cigarrillo que me calmara un tanto la tremenda excitación que experimentaba, pensaba yo que hay gustos para todos los paladares y aquel era muy mío.
El placer casi sensual, religioso añadiría yo, que todo aquello me despertaba posiblemente comenzó cierta tarde de cine allá por las páginas de mi infancia, en la que mi fe en el Padre Thor se fortaleció viendo a Charlton Heston separar las aguas del Mar Rojo bajo un espectacular y caótico cielo de tormenta en el cine Capitol; con el estúpido del faraón, por cierto, pisándole los talones a todos los escribas y profetas de la Torá.
¡Joer, qué escena de meteolocura aquella...!
Mientras pasaban por mi mente aquellas agradables recordativas a las que con tanta fruición prendí de nuevo fuego en mi memoria, sentí que los truenos y los relámpagos iban aconteciendo con una frecuencia cada vez mayor y lo demás no tardaría mucho en llegar; lo demás podía ser espantoso si Dios o Thor, o los dos al unísono no lo remediaban; porque a esas alturas del drama, el miedo era ya mucho y las perspectivas de que la tormenta amainase pocas.
No me dio tiempo para encender otro cigarrillo en honor de Irene Ramírez, porque en aquel mismo instante empezó el bombardeo.
La gente en el interior gritaba:¡¡Granizo, es granizo!!.....
Pero no era sólo eso.
Una piedra de hielo del tamaño de un huevo de pavo cayó a mis pies. ¡Debía medir casi 10 cm.!
Miles de ellas empezaron a atronar el aire mientras impactaban con suma violencia sobre todo lo que se ponía a su paso. La sensación de indefensión era insoportable. Se oían por todas partes los ruidos de los cristales rotos; eran las ventanas del restaurante, los letreros luminosos, los parabrisas y ventanas de los coches...
No tardó la lluvia en hacer acto de presencia, pero aquello era “más que lluvia”....Eran tan espesas las cortinas de agua, que me hicieron pensar en algo así como un vaciado urgente de los cielos; a su través apenas se veía nada.
A esto que el viento se puso a arreciar de tal manera que la chapa de uralita del aparcamiento voló hacia la oscuridad de los cielos y jamás se supo más de ella.
Temiendo que al tejadillo del porche bajo el que me cobijaba le ocurriera más de lo mismo, abandoné el observatorio y me refugié con todos los demás en el interior del comedor. Los comensales allí se apiñaban formando grupos atemorizados, envueltos en una semipenumbra sólo rota por las llamas vacilantes de algunos mecheros y la luz violácea de los relámpagos que se colaba por las ventanas destrozadas.
Voces pidiendo calma se mezclaban con el griterío de los más pequeños y los llantos de las mujeres asustadas. Algunos hombres enloquecidos por el terror quisieron abandonar el salón con la intención de hacerse con su propio vehículo y huir de allí.
La mayoría fueron disuadidos por los que aún manteníamos algún gramo de cordura en aquella espantosa situación; pero a pesar de nuestros esfuerzos hubo quien logró salir afuera buscando desesperadamente su automóvil.
Por sus gritos de dolor supimos que no hubo éxito alguno en su loco intento; los enormes trozos de granizo les hicieron diana y tuvieron que volver, mientras la sangre manaba escandalosamente de manos y cabezas..
Sin embargo algo dentro de mí me decía que siendo tan absolutamente terrible todo lo que estaba aconteciendo a nuestro alrededor, lo peor estaba por llegar. Me llegué a una de las destrozadas ventanas y me asomé sin saber a ciencia cierta qué esperaba ver.
Otros hicieron lo mismo que yo, quizás porque sabían de mi afición a la meteorología y esperaban algún pronóstico esperanzador con respecto a lo que, según ellos, mis ojos podrían vislumbrar y que para los suyos permanecía oculto en su ignorancia.
Y entonces la vi, la sentí, estaba allí.
Tuve la certeza de la bestia; su canto de locura me tuvo pegado a la ventana hasta que los demás también la vieron.
En medio del fragor de la tormenta, entre los relámpagos que sin pausa se encendían arropados por los truenos más espantosos jamás oídos por mí, allá un poco lejos pero al parecer acercándosenos, entreví la figura temible de un tornado, negro como la noche, girando sobre sí mismo, tragándoselo todo a su paso.
(By courtesy of Shlevs, Prince of Storms)
Ya la he publicado en otros blogs, pero viendo que Julia no lo tiene en el nuestro y estando en el mes que estamos, me he decidido a volver a editarla aquí. Espero que os guste tanto como a mí me gustó el componerla.
Decía Lord Byron que salvo dejar de escribir, nada hay más difícil para un poeta que empezar a hacerlo. Y a fe que en esas estoy con demasiada frecuencia, aun a sabiendas de que el oficio me agrada. El oficio de escribir prosa, artículos, comentarios, "e-mails" y cosas así, que el de poeta me viene grande y desproporcionado.
De forma que ante las "presiones" por parte de mi compañera Maite -buen ángel me envió el buen Dios en el que no creo demasiado- e incluso del director de esta "santa casa" en la que me encuentro tan confortablemente instalado, me puse a rebuscar en mis papeles con escasa fe, dicho sea de paso, intentando ver si tenía algo aprovechable con que "cumplir" y de paso desentumecer el alma y airear las letras. Que falta me hace.
De lo demás, bien; gracias....
Y di con una cassette en la que constaba la grabación de una conversación que mantuve el pasado verano con mi colega y meteoloco Juan Marhuenda -alias "Twister" para los habituales de los foros de meteo en Internet- en una "kedada" que celebramos en Toledo todos los aficionados levantinos y castellano-manchegos con el noble propósito de hablar de la no menos noble ciencia de la Meteorología.
El motivo lúdico-turístico tampoco estaba descartado, como luego se vio.
Fue en el hall del hotel Edén.
Recuerdo que la noche ya pintaba estrellas y luceros por los ventanales y el momento se prestaba a las confidencias y comentarios tras la primera reunión del grupo minutos antes, en una de las dependencias municipales del propio Ayuntamiento toledano.
Había hambre y sed; y ganas de seguir hablando de todo aquello que tanto nos gusta y nos une, de los visajes del cielo, de los discursos del viento, de anticiclones y de borrascas, de la lluvia y de la nieve y de todo lo que sucede –previsto o no; si es imprevisto, mejor- en las alturas y a lo que cada día se le da más y más importancia.
Sentados como aquel que dice "casi en el aire" sobre el suelo de cristal bajo el cual se adivinaban algunas de las dependencias del local y confortablemente instalados ante una mesa bien surtida de güisquises, cervecicas frescas y otras componendas del comer y del beber, Juan fue desgranando ante la animada concurrencia que allí se daba cita el capítulo más notable de la historia todavía inacabada de sus múltiples correrías en pos de los fenómenos atmosféricos.
En concreto, su particular aventura de lo que le aconteció allá en su tierra manchega una calurosa tarde del temible verano de 2003.
Los valencianos Isabel Granados, Joan Planelles, y otros dos compañeros de cuyos nombres no guardo recuerdo, fueron testigos conmigo de lo que allí nos narró el bueno de Twister.
Así que cuando las lenguas ya estuvieron suficientemente engrasadas tras el gozoso moje en las bebidas y bien parapetados frente al calor que afuera del hotel se adivinaba, Juan empezó más o menos así :
El tumulto de las celebraciones me aturde siempre; quizá sea por la falta de costumbre. Una boda en la más estricta intimidad en la que además del cura, éramos tres frente al altar -como 7 meses después se pudo comprobar- y dos bautizos que despaché con cigarros puros en la misma puerta de mi casa avalan lo que digo.
Por lo demás soy un individuo bastante introspectivo, amante de Ana Cristina, mi esposa, de mis dos “pezqueñines” y de la soledad y el silencio que el campo me brinda cuando salgo por los alrededores de Bonagua, mi ciudad natal, a pastorear sueños y poemas ilegibles; ilegibles por imposibles; o al menos poco probables.
Pero a pesar de ello no podía faltar a la boda de Ernesto Esparza Nieto, mi amigo de la infancia; y con todo el sacrificio de que era capaz, asistí primero en la iglesia del Sagrado Corazón a la ceremonia religiosa y luego a los locales del restaurante Rambla. Allí nos hallábamos más de 300 comensales haciéndole los honores a las variopintas tapas que llenaban las mesas y cuyos restos aparecían ya esparcidos por todo el suelo.
Con cierto disimulo y aprovechando que Ernesto estaba manteniendo una animada charla con varios de sus familiares, salí fuera a fumarme un cigarrillo y a respirar un poco de libertad lejos del agobio del resto de los convidados, los cuales ya se pasaban decididos con los ánimos subidos y charlas en puro grito al café-copa-y puro, que se dice.
El restaurante Rambla está situado a unos 17 kms de Bonagua y a 30 de la capital, Ciudad Real, en medio de la planicie manchega. El lugar tiene el aspecto poco logrado de un castillo feudal bastante kitsch, de cuyo blancor tienen noticia los viajantes a decenas de kms a la redonda y que sirve como faro a la sed y al hambre del moderno caminante. Dedicado exclusivamente a este tipo de eventos, el dueño ganaba en bodorrios y bautizos más que suficiente para mantener a su numerosísima familia en la que entraban en nómina sus 5 hijos y no sé cuántos nietos....
Lo primero que noté ya en el exterior fue un calor excesivo, punzante, agobioso. Eché un vistazo al cielo y por poniente observé erectas columnas de cúmulos que ganaban altura con cierta rapidez. El cielo aparecía de un azul escandaloso, por lo que el blancor de las torres de agua destacaba de una forma muy cinematográfica en el cinemascope de la planicie manchega.
Como buen aficionado a la meteorología, aquello despertó en mí intuiciones dormidas en aquel largo y aburridísimo verano en el que hasta aquel día –un 24 de agosto a las 17’30 horas- no había habido novedades dignas de destacar en mi diario de bitácora como no fueran cielos monótonos de un azul clamoroso en su despejo tan huérfano de nubes; y calor, mucho calor.
Así que mientras mis pulmones tiraban del cigarrillo a la sombra verde de los plátanos que daban escolta al “salón de bodas y bautizos”,observé con grato interés aquel espectáculo celeste que desarrollaba su función ante mi ávida mirada.
Pero fue el calor tan asfixiante, tan picajoso, el que puso en acción a mis lentas neuronas; porque saliendo momentáneamente de aquel “éxtasis”, ciertas lucecitas de alarma se me empezaron a encender y me puse a atar cabos.
“¡Joer, qué bueno sería que aquellas almenas de agua cuajaran en algo esta noche!”- me dije todo entusiasmado.
Eché de menos estar en casa frente a mi “ordenata” consultando modelos de meteo, radares, opiniones de los amiguetes del foro....Pero no había excusa fácil para abandonar a mi amigo del alma en aquellas circunstancias tan especiales; así que tiré del móvil e intenté contactar con la “tribu” de aficionados bonagüenses que no éramos muchos, en realidad; apenas cuatro gatos que se suele decir...
El primer contactado fue Antoñín Rojas, el de la carpintería, que como era sábado no trabajaba.
-¡Ostias, tío, lo que te estás perdiendo!- fue su acalorado comentario.
-El radar muestra reflectividades amarillas –continuó informándome el bueno del carpintero- y en el modelo de 500 tenemos sobre nosotros una iso de –20º que puede dar bastante juego...
Una isoterma de –20ºC a esa altura (unos 5 kilómetros, metro arriba, metro abajo) podía ser explosiva. Pero fue el otro “meteoloco”, mi vecino Alfredo España, el que me emocionó con sus datos. Porque no sólo me confirmó los –20º de temperatura a 500hpa, sino que a su información añadió el alto índice de humedad en el modelo Hirlam de 700hpa ( a unos 2 kms y medio de altura aproximadamente) y la dirección del viento en esos niveles, de SW a NE.
Apagué el móvil y miré de nuevo al cielo.
¿Cuánto había durado aquella breve conversación con mis amigos? ¿Cinco minutos, diez...? Pues en aquel breve lapsus de tiempo la situación había cambiado sustancialmente.
Ya no eran incipientes cúmulos “congestus” los que ocupaban gran parte del poniente en la lejanía; ahora eran tres hermosísimos cumulonimbus de redondeces provocativas (¡ay, mi romanticismo, siempre tan morboso él...!) los que se me echaron encima cuando levanté los ojos a lo alto; allí estaban, sí, perfectamente alineados en lo que tenía todos los visos de ser una línea de turbonada.
Me alejé unos metros del edificio e intenté adivinar cual era la dirección del viento en superficie. No me fue difícil averiguarlo: soplaba con cierta intensidad del sur-sureste. Recordé aquella regla de los vientos que aprendí en un libro de meteorología que decía que si se cruzaban los vientos de superficie y de altura en ángulo recto, es clara señal de movimiento ciclónico.
La conclusión estaba clara; aquel colosal desfile aéreo podía terminar en aguas recias y en pedrisco, quizás.
A esto que salen del comedor varios invitados y una nube de chiquillos con las señales inequívocas en sus ropas de haber devorado dulces de chocolate.
Paco Esparza y Julián Almeda, hermano y sobrino del novio y de la novia respectivamente, se me paran delante y con cierta sorna a la que ya estoy bien acostumbrado me espetan directamente mientras auscultan aquel tropel de nubes que coronan nuestra presencia en el lugar.
-¿Qué, Juan, llueve o no llueve?- ironiza Paco
-Ahí dentro no hay quien viva; hace un calor del copón.....- añade Julián.-Ya ni el aire acondicionado compensa, ¡joder!.
Como respuesta, una violenta ráfaga de aire ardiente barre nuestros pies. La tolvanera de polvo asusta a los chicos que corren a refugiarse de nuevo al salón. Luego se volvió a hacer la calma mientras que el sol se ocultaba tras las enormes chimeneas de agua.
Ahora no corría ni una pizca de aire; con aquellos vapores gordos que empujaban hacia lo alto se respiraba una esperanza de tormenta.
-Será mejor que entremos. Esto parece que va a comenzar de un momento a otro- les dije a mis contertulios. Mientras nos retiramos, oigo sonar mi móvil; es Alfredo.
-¿Estás en el Rambla, ¿no? Pues te aconsejo que salgas de ahí a toda pastilla. El radar ya da “rojo,” más o menos sobre el pueblo, tío...¡Qué pena que no tenga un “doppler”, porque esto va en serio...!
De pronto en mi imaginación se me pinta la Rambla del Cortijo cercana al restaurante al que le da nombre. La carretera que une el establecimiento en donde estábamos y Bonagua atraviesa dicha rambla y se cuentan desgracias ocurridas allí en tardes o noches como esta en las que algún listillo, despreciando el peligro de cruzarla en pleno diluvio dio con su vida en el intento.
Pensando en si comunicarle o no al novio mis temores me topo con las hermanas Ramírez, Irene y Purificación, feas próximas al arquetipo y solteras de profesión con escasas perspectivas de cambio en sus vidas. Las acompañan tres damas más a las que sólo conozco de vista; éstas tampoco están por la labor y contemplan el beso arrebatador y el revuelco lascivo desde distancias cuasi infinitas.
A todas ellas se les nota contenticas; quizás un punto en exceso. Seguramente la boda las ha animado. Viven entre la ilusión y la desesperanza, mientras los años -que son como galgos corredores a esas alturas de la existencia- las persiguen por la cuestas cada vez más empinadas del calendario
-¡Hombre, Juan! ¡A ti te quería yo ver!- me dice Irene. –Anda, danos el parte, ¿lloverá o no lloverá?
Intento evadirme de tan comprometedora compaña y hago un aparte indisimulado con un amago de sacar el móvil una vez más...
Irene “me perdió” una Navidad hace casi 20 años por aquella estúpida manía de quererme hacer renunciar al tabaco. Estaba yo en pleno rito de iniciación y los “sin boquilla” que consumía me costaba horrores conseguirlos.
Desde aquellas fechas, el inhalar y expeler humos me depara un placer doble. Porque aquel juego de “te lo quito-te lo escondo” terminó como debía, ella en la sala de espera de la sacristía y yo, fumando como un tren –hablo de aquellos trenes oscuros como bestias mitológicas, con aquellos bigotes de humo a ras de rueda y luengas cabelleras negras al viento; los de ahora ya salen afeitados de fábrica- y con dos chavales en el Libro de Familia que se me tiran al bolsillo cada vez que viene una fiesta de las de guardar; que ahora son todas, por lo que se ve...
Y evidentemente, Ana Cristina sí fumaba
El coro de risas de las féminas ante mi apuro por darles un pronóstico sobre la situación fue un disparo general, pero no cumplió su curva natural de entonación; porque de pronto se alumbró la creciente oscuridad de la tarde ya capotona y cargada de plomo en su cenit, con un relámpago tan ancho y llameante que todos tuvimos que cerrar los ojos y dar una encogida como si nos echaran la luz encima.
Apenas se apagó el latigazo de luz, se hizo un silencio temeroso en espera del trueno que no tardó en llegar. Fue un restallazo de sonido que nos hizo vibrar los tímpanos hasta el dolor.
Corrimos al interior con el susto en el cuerpo; allí dentro las caras de los comensales denotaban que sentían lo mismo. Yo, sin podérmelo remediar, volví a salir; quería ver aquel teatro de los cielos y refugiándome en el porche me dispuse a gozar.
Mientras buscaba nerviosamente otro cigarrillo que me calmara un tanto la tremenda excitación que experimentaba, pensaba yo que hay gustos para todos los paladares y aquel era muy mío.
El placer casi sensual, religioso añadiría yo, que todo aquello me despertaba posiblemente comenzó cierta tarde de cine allá por las páginas de mi infancia, en la que mi fe en el Padre Thor se fortaleció viendo a Charlton Heston separar las aguas del Mar Rojo bajo un espectacular y caótico cielo de tormenta en el cine Capitol; con el estúpido del faraón, por cierto, pisándole los talones a todos los escribas y profetas de la Torá.
¡Joer, qué escena de meteolocura aquella...!
Mientras pasaban por mi mente aquellas agradables recordativas a las que con tanta fruición prendí de nuevo fuego en mi memoria, sentí que los truenos y los relámpagos iban aconteciendo con una frecuencia cada vez mayor y lo demás no tardaría mucho en llegar; lo demás podía ser espantoso si Dios o Thor, o los dos al unísono no lo remediaban; porque a esas alturas del drama, el miedo era ya mucho y las perspectivas de que la tormenta amainase pocas.
No me dio tiempo para encender otro cigarrillo en honor de Irene Ramírez, porque en aquel mismo instante empezó el bombardeo.
La gente en el interior gritaba:¡¡Granizo, es granizo!!.....
Pero no era sólo eso.
Una piedra de hielo del tamaño de un huevo de pavo cayó a mis pies. ¡Debía medir casi 10 cm.!
Miles de ellas empezaron a atronar el aire mientras impactaban con suma violencia sobre todo lo que se ponía a su paso. La sensación de indefensión era insoportable. Se oían por todas partes los ruidos de los cristales rotos; eran las ventanas del restaurante, los letreros luminosos, los parabrisas y ventanas de los coches...
No tardó la lluvia en hacer acto de presencia, pero aquello era “más que lluvia”....Eran tan espesas las cortinas de agua, que me hicieron pensar en algo así como un vaciado urgente de los cielos; a su través apenas se veía nada.
A esto que el viento se puso a arreciar de tal manera que la chapa de uralita del aparcamiento voló hacia la oscuridad de los cielos y jamás se supo más de ella.
Temiendo que al tejadillo del porche bajo el que me cobijaba le ocurriera más de lo mismo, abandoné el observatorio y me refugié con todos los demás en el interior del comedor. Los comensales allí se apiñaban formando grupos atemorizados, envueltos en una semipenumbra sólo rota por las llamas vacilantes de algunos mecheros y la luz violácea de los relámpagos que se colaba por las ventanas destrozadas.
Voces pidiendo calma se mezclaban con el griterío de los más pequeños y los llantos de las mujeres asustadas. Algunos hombres enloquecidos por el terror quisieron abandonar el salón con la intención de hacerse con su propio vehículo y huir de allí.
La mayoría fueron disuadidos por los que aún manteníamos algún gramo de cordura en aquella espantosa situación; pero a pesar de nuestros esfuerzos hubo quien logró salir afuera buscando desesperadamente su automóvil.
Por sus gritos de dolor supimos que no hubo éxito alguno en su loco intento; los enormes trozos de granizo les hicieron diana y tuvieron que volver, mientras la sangre manaba escandalosamente de manos y cabezas..
Sin embargo algo dentro de mí me decía que siendo tan absolutamente terrible todo lo que estaba aconteciendo a nuestro alrededor, lo peor estaba por llegar. Me llegué a una de las destrozadas ventanas y me asomé sin saber a ciencia cierta qué esperaba ver.
Otros hicieron lo mismo que yo, quizás porque sabían de mi afición a la meteorología y esperaban algún pronóstico esperanzador con respecto a lo que, según ellos, mis ojos podrían vislumbrar y que para los suyos permanecía oculto en su ignorancia.
Y entonces la vi, la sentí, estaba allí.
Tuve la certeza de la bestia; su canto de locura me tuvo pegado a la ventana hasta que los demás también la vieron.
En medio del fragor de la tormenta, entre los relámpagos que sin pausa se encendían arropados por los truenos más espantosos jamás oídos por mí, allá un poco lejos pero al parecer acercándosenos, entreví la figura temible de un tornado, negro como la noche, girando sobre sí mismo, tragándoselo todo a su paso.
(By courtesy of Shlevs, Prince of Storms)
miércoles, 21 de mayo de 2008
Miel
Si me estás viendo, en realidad no es tal cosa,
que me escondo tras la apariencia del placer,
que soy una y no dos, lengua y tacto,
alimento, sal, vino, agua, pan y cielo,
porque me sueño en las apariencias,
porque vivo entre mis piernas o entre las tuyas,
porque el camino de tus sueños
lo sueño yo cuando me places y me complazco,
cuando me pierdo en tu trono, reina mía,
cuando me inclino y te beso en el rostro,
dulce como la miel, yo abeja, tu panal,
faz que habita la más habitable de las pesadillas.
miércoles, 30 de abril de 2008
In the middle of summer
El rasgar de una guitarra rompe el aire denso de la noche juliana, llenándola de extraños coloquios que de puntillas entran en la plaza recortada en negros cantos de grillos. El silencio es un grito que brota de paredes y piedras. Es noche cerrada.
Han dado las tres y el campaneo ha resbalado perezosamente por el severo perfil de la torre de la iglesia, dejando luego huecas las callejuelas; tras su paso, la oscuridad esbelta de la palmera se cimbrea imaginando fantasmas y dulcineas en cada esquina.
La imperceptible brisa crece y se hace ventarrón por momentos; con aires chulescos cual valentón ebrio, tropieza en las puertas de las casas y bate persianas con ganas de gresca.
En un poso de noche la luna derrama su plata y el sueño del cristal emerge, refulge, despierta con su luz niña el éter cansado del estío. Allá por las sierras que circundan el horizonte de la ciudad, se vislumbran amaneceres eléctricos y el empedrado centenario parpadea por un momento deslumbrado. Luego no queda nada; algún tambor lejano late equivocado y el chaparrón que se acerca, saluda, mira y luego se aleja.
El parlamento mudo de dos farolas baña de oro blanco los diminutos rostros de miles de mosquitos disfrutando de su última noche; su incesante aletear pone un ronquido breve en la plaza.
Los balcones se asoman a ella mirándose los unos a los otros con severa reserva, escondiendo la vida detrás de sus negras rejas. Julio-1999. Cieza.
jueves, 24 de abril de 2008
Certitud
Repasarle los pasos a la tarde
que como un suspiro de oro se desvanece.
Sentir la serena caricia de la soledad no impuesta,
o el aletear del sueño amigo
después de haber agotado las horas
en los caminos sin solución del tiempo,
tras el suave holgar al arrullo de algún recuerdo,
de un libro distendido,
de una mujer ensoñada e idealizada en la distancia.
Descansar de los trabajos y sus prisas,
del desear para poseer,
del tener que te pierde y te ata.
Tentar al cielo con el color callado y austero
de una vida sin espantos,
paso a paso,
viviendo el sonoro silencio
del agua,
de la tierra,
del aire y del fuego,
sin que apenas se me note cuando llego,
sin que apenas se me llore cuando me pierda en mis sueños.
(By courtesy of Shlevs, Prince of Tranquility)
Luz de la memoria
lunes, 21 de abril de 2008
Estío insomne
Las calles lucen sombras escondidas
bajo el pequeño latir de luz de los faroles.
De vez en cuando,
un pincel violáceo llena con su parpadeo eléctrico
el cerrado vacío de las alturas;
un murmullo de gigantes
pasea su profecía de agua
por las calladas esquinas de la noche.
El reloj de la cercana iglesia
ha puesto dos ecos de bronce en la desolada plaza
y una mano de viento
pasa páginas de sueño
de persiana en persiana…
(By courtesy of Shelvs, Prince halfsleeping)
viernes, 18 de abril de 2008
Observatio
La lluvia afuera le hacía caminos de agua
al ensueño,
mientras un rumor de besos que de ti nacían
escribía leyendas invisibles
en mi cerebro.
Me dejé llevar por la soledad del momento,
atrapado por la calidez del recuerdo.
El frío, el gris del otoño, el tiempo,
imaginaban al mundo tras las ventanas de la estancia.
Adentro,
envuelto en un silencio casi táctil,
crepitaba el deseo.
Llegó la tarde,
airada, tenuemente soleada,
y acaeció la noche con su luna negra
y su infinito lamento de luces y sombras.
En el viento
habían sonatas de búhos en celo,
y envuelto en la distancia se escuchaba
el parlamento monocorde de algún perro.
(By courtesy of Shlevs, Prince of Calm)
Visions
jueves, 17 de abril de 2008
(Destraler) Respuesta a un solitario
Al leer tu nueva despedida del foro, que espero sea temporal como la anterior, me seduce la idea de copiarte algo del gran Fray Luis de León cuando en su poema “Canción de la vida solitaria” dice:
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido
Cultivar un jardín es, al igual que el escribir un poema o una canción, o pintar un cuadro, la imagen emergente conque la belleza viste las experiencias del alma, siempre oscuras, llenas de hondos vacíos en donde relumbran luces desconocidas que dibujan nuestros perfiles en las paredes viscosas de la vida; así debió verse Jonás los tres días que estuvo en el vientre de la ballena, fecundando, incubando la nueva imagen de su vida, la necesaria para cumplir con el mandato de su Dios que el mismo había postergado.
Otros emprenden caminos llenos de aventura y riesgo como Ulises y Telémaco, ambos al común encuentro, el del Padre con el Hijo y el del Hijo con el Padre...Otros, ayudados unicamente con la música de su arpa como Tristán, se meten de lleno en la mar procelosa sin timón ni gobernalle, pero todos buscamos lo mismo.
Nuestros “modernos héroes”, a su manera, también se lanzan a la mar en una odisea llena de alcohol, de sexo desenfrenado, de drogas, de miedos, de inseguridades, hasta que un día se encuentren con el agua al cuello y se le ocurra a sus almas hasta ese momento amordazadas, gritad aquello de: !Dios, ayuda, que perecemos!”
Y hasta es posible que, dejando de mirar por un momento a la tormenta que pinta en todo horizonte de la vida, después de escuchar ese dulce “ven” del Maestro, se echen al agua y se vean como Simón andando sobre las olas, con los ojos fijos allí donde no deberíamos apartarlos jamás.
Tú a tu huerta, yo a mis poemas, a mis hijos, a mi esposa, a mis alumnos, a mis amigos, a mis olas, con el arpa de Tristán apenas, como Jonás, no queriendo entrar en el vientre de la dicha y prefiriendo -de momento- estar en la oscuridad del vientre de la ballena, dando vueltas y más vuelas al desierto hasta que toda esta generación de miedos que habitan en mí mueran y la semilla nueva, si es que crece algún día, sea merecedora de contemplar las mieles y las uvas de la Tierra Prometida.
Un abrazo y hasta siempre, amigo.
miércoles, 16 de abril de 2008
Speranza
He esperado en las sendas del amor
a que su dueño y señor
me trajera
todo lo que de mis sueños brota
cada noche desde mundos imaginados,
mientras las estaciones de la vida
cuelgan sobre cada deseo mío
el imposible de que aparecieras,
al torcer la noche las esquinas del tiempo.
Pero si el dueño del camino viniera,
dile que me fui con la última estrella
de la mañana
envuelto en la hojarasca del otoño,
ebrio de mirarte sin los ojos,
cansado y viejo de tanta espera.
(By courtesy of Shlevs, Prince of Hope)
Sunset
martes, 15 de abril de 2008
Pheleus Fogg
Pheleus Fogg abrió los ojos y ante él ocurrió el prodigio. Justo cuando acababa por llegar a los confines de la tierra, el sol asomó una ceja por entre las cortinas de lluvia y un tímido rayo de luz alumbró la esperanza. La densa oscuridad de la que había manado el diluvio durante años pareció ladearse por un instante.
Luego lentamente apartó el paraguas de su cabeza y se atrevió a mirar a la luz cara a cara. A sus espaldas un eco lejano de truenos resonó con furia, pero Pheleus sabía que aquella coral informe ya era una disonancia en el tiempo y que el futuro acababa de comenzar de nuevo sobre el mundo.
-Un apropiado momento para una buena taza de té -se dijo.
-¿Con una nubecita de leche, Pheleus? -sugirió una voz desde lo alto.
Pheleus dudó por un instante, pero luego pensó que no era cosa de desperdiciar tal ofrecimiento.
-Gracias, comandante. Me encantaría; la ocasión se lo merece- contestó por fin.
Y en aquella tarde, sentados frente a una humildísima mesa en donde reposaban unos bollitos calientes y dos tazas de té -una con leche y la otra sin-, con los cielos abriendo más y más parcelas de azul, Pheleus y el mismísimo Dios firmaron la paz.
(By courtesy of Shlevs, Prince of Rain)
viernes, 11 de abril de 2008
Eterno surrealismo
Nacido en Polonia y formado en el Departamento de Arquitectura del Colegio Politécnico de Varsovia, Rafal Olbinski emigró a los Estados Unidos de Norteamérica en 1982, donde muy pronto se estableció como un prominente pintor, ilustrador y diseñador.
Por su obra ha recibido más de cien importantes premios incluyendo las medallas de Oro y Plata del Club de Directores de Arte de Nueva York y también las medallas de Oro y Plata de la Sociedad de Ilustradores de Nueva York y Los Angeles.
En 1994 fue galardonado con el Oscar Internacional por 'El Poster más Memorable del Mundo' y el Premio Savignac en París. El mismo año recibió la distinción Revista Creativa a la Mejor Ilustración Británica en Londres. En 1995 su afiche, fruto de un concurso por invitación sancionado por un jurado a cargo del Alcalde Rudolph Giuliani, fue elegido como el Poster Oficial de 'Nueva York, Ciudad Capital del Mundo'.
Puedes ver algunos de sus trabajos SI CLIKEAS AQUÍ, o también AQUÍ o AQUÍ
lunes, 7 de abril de 2008
Modificando la realidad
La realidad puede ser dura, áspera, cruel e inhóspita muchas veces, pero gracias a los logros de la fotografía digital, podemos imaginarnos otra realidad más amable, o más intrigante, o más sorpresiva, o más.....
En esta web puedes comprobar lo que se puede hacer manipulando todo aquello a lo que hemos titulado como "real":HAZ CLICK AQUI
NOTA: Haciendo click sobre los enlaces que aparecen en la web, podéis ver más de lo mismo, pero con tratamientos distintos.
jueves, 3 de abril de 2008
Karen
Allí estaba ella,
sentada tras los ventanales de la cafetería
charlando con unas amigas.
Nos saludamos como tantas otras veces,
supongo que ella a mí por pura cortesía.
Yo, con un deseo inmenso de besar
aquellos labios carnosos,
vivos,
frontispicio de aquella boca sensual,
amplia y con sabor a dulzura y a pasión.
Ha pasado el tiempo
en que algo podría haber ocurrido entre nosotros...
Digo "algo" para contraponerlo a la "nada", que se entienda.
Pero aquellas manos de dibujo perfecto,
aquellos brazos perfilados
por el amor que aquella mujer podría haberme dado
permanecen vivos
en los archivos más ardientes de mi memoria; todavía...
Sé que los días irán amortiguando las imágenes;
dudo que lo hagan con el deseo...
Me muevo por caminos desconocidos
envuelto un tanto en la desesperanza,
en la tristeza,
en despedidas de cosas y acontecimientos
a los que no podré acceder jamás ya en esta vida.
Karen es por lo tanto como el releer una y otra vez
el mismo capítulo
emocionante y emocionado de una parte de mi vida,
episodio en el que todavía era hombre para enamorar
a mujeres bellas, jóvenes o en el esplendor de su madurez;
ando por lo tanto en esos adioses definitivos
que me sumen en la desesperanza, en la nostalgia....
Pero de vez en cuando entreveo,
allá a lo lejos,
entre visos de irrealidad y de deseo,
otros horizontes que ya no están por estos pagos.
Otras vidas que viviré
desde la conciencia que no me abandona
desde que me conozco,
quizá desde siempre,
desde esa eternidad
en la que forzosamente debo creer cada día más
conforme me adentro
en las salas de las despedidas de este tiempo mío
en el que me muevo con demasiada lucidez, tal vez...
Tras la torpe primavera en la que reinó Lucille,
vino la diosa,
llamó con suavidad a mi puerta,
apenas la oí llegar,
tan ocupado estaba yo en forjar en la memoria
el recuerdo de la mujer 10
que acabó abandonándome por la realidad de un futuro
esculpido a maza y cincel; no a base de sueños
como el que yo le ofrecía, en sueños también, claro...
Ayer la volví a contemplar tras la cristalera de la cafetería Vogue.
Me hizo un gesto con su mano mientras me ofrecía
su sonrisa picara y gozosa
de la que hace unos pocos años disfruté.
Allí estaba la diosa,
maravillosamente maravillosa,
asentada su cabeza de romana belleza
sobre su delicioso y esbelto cuello
bajo el cual se pintaba el negro elegante de un suéter
que realzaba la rubiez mate de su cabello.
Karen apenas vio lo que mi mirada añorante escondía tras el saludo;
tampoco hubo tiempo para otra cosa que un adiós apresurado
que apenas duró dos o tres segundos.
Adiós, Karen,
te sigo deseando, le dije con mis ojos.
Adiós, Karen,
espero volver a verte.
Quiero creer en teorías que predicen eternidades,
en palabras que componen versos
llenos de recuerdos jamás perdidos,
siempre vivos,
fáciles de reencontrar y de revivir.
Quiero creer en todo ello,
por ti, querida,
por volver a sentirme cerca de tu aliento,
cerca de tus labios,
tantas veces besados en mis proyectos de futuro junto a ti.
Quiero creer,
necesito creer....
¿Qué somos sin la fe?
miércoles, 26 de marzo de 2008
Hécate
Si los ojos que de amor a saber llegan tanto
pueden juzgar de amor,
tú estás enamorada:
lo leo en tu transparente belleza,
en tu lánguido atractivo,
en tu distante mirada…
Pero, oh Hécate, diosa de la noche,
dime entonces
si allá en tu reino de húmedas tristezas
son las bellezas tan altivas como por aquí,
si prefieren ser amadas a amar ellas.
Primavera de ausencias
Lost and unknown
Viene a ser éste un poso de recuerdos de mi efímero paso por el Sahara, cuando en 1973 a uno lo pusieron de soldado a vigilar la arena y el azul eterno del cielo, no fuera que se juntaran...
LOST AND UNKNOWN
Mientras retozábamos acompasadamente sobre la arena de la duna más brillante, los problemas huían uno tras otro fuera de aquella densa bruma de placer.
Podía ver cómo la luna bañaba en plata el cuerpo noble del camello que masticaba el aire con aspecto circunspecto y algo aburrido, asistiendo estoicamente a nuestros escarceos amorosos.
Amïd me había dicho que la noche se ensancharía entre los dos infinitos en cuanto yo me lo propusiese; que con sólo acariciarle los abundantes senos, el giro del tiempo se invertiría una y mil veces entre el resonar majestuoso del viejo pandero del Venerable Profeta.
Cambié de postura y entre una maraña de suspiros y besos incontrolados, resonó en mis oídos el latir del mundo bajando desde su cenit; y la noche hirió mis ojos con oscuros resplandores.
Mi cuerpo vibró como la milloneava cuerda del arpa que hizo danzar a los dioses en el Principio del Comienzo, y vi el número impensable de estrellas que tachonaban el negro firmamento, y la infinitud del número siete, y el mar por dentro y por fuera, y mi cara desde mil ángulos distintos, y uno a uno los granos de arena que nos sostenían, y vi reyes vestidos de pieles, reyes cubiertos de oro y púrpura, y reyes clavados en cruces ignominiosas abrazando al mundo, y mil guerras jamás acabadas, y el resoplido informe de cuatro milenios cubiertos de polvo, hierro, fuego, lágrimas, dolor y muerte….Y el paso de un millón de soles sobre mi cabeza.
Noté cómo todas mis energías y yo disuelto en ellas, se abocaban en un inmenso cuenco en donde todavía aullaba el trueno lejano del Gran Pandero coronado de rayos, que desbordándose por los colosales bordes del universo me ataban los pies produciéndome dolores intensísimos y horribles en cada nueva convulsión.
El sol se desperezaba voluptuosamente entre los pechos de arena del desierto y una fina lluvia de fuego empezó a caer lentamente desde el azul sobre nuestros cuerpos desnudos.
Amïd nos contemplaba regocijado desde la cúpula de la duna más cercana. La tercera guardia estaba al caer y ya el siroco peinaba el mar amarillo allanado crestas y rellenando valles. Nos despedimos casi sin mirarnos, con la timidez del que descubre lo que desde siempre había estado oculto y ahora, por fin, desvelado.
No volví a verla nunca más. Tampoco dejó nombre ni palabra. Pero el mundo y yo ya no fuimos los mismos. Amïd me sonrió y caminando delante de mí me marcó el camino a casa.
Ni que decir tiene que el camello, único espectador de tan sublime noche, ni se inmutó.
(By courtesy of Shlevs, Prince of the Kingdom of the Endless Sands)
sábado, 22 de marzo de 2008
La dinastía sagrada
El 21 de marzo, el Rey, en su continuo ascenso hacia el Gran Norte, mientras va desalojando a las Sombras, al Frío, al Silencio, a la Soledad, a la Oscuridad y a la Muerte, se encuentra con Rakelt, la Diosa de la Primavera. Es carne de su carne y sangre de su sangre; pertenecen a la misma estirpe de los Paraisos del Fuego, de la Vida y de la Luz.
De su abrazo nace el calor, las semillas, el fruto alimentador, el verde y multitud de flores; pero también de ese amor nace Karent, la Diosa del Otoño.
Rakelt y el Rey poco a poco van creando vida mientras siguen ascendiendo en los cielos, hasta que el 24 de junio ambos alcanzan la cima de su amor. A partir de ese instante, Rakelt irá envejeciendo y gastando su maternidad hasta cubrir la Tierra Media de todos los frutos de su amor. El Rey entrará poco a poco en los terrenos de la nostalgia y de la tristeza bajo la mirada atenta de Karent.
La Diosa del Otoño va creciendo, creando poco a poco su propio espacio, y el Rey y Rakelt van lentamente retirándose hacia el Gran Sur ante las cada vez más frecuentes embestidas de la tristeza que Karent destila en su mirada gris azulada; como consecuencia, el Reino de las Sombras de Maud crece día a día más y más bajo sus pies.
Los últimos frutos de la higuera marcan el final del Reinado del Verano, y el 24 de septiembre Rakelt muere en los brazos del Rey, el cual sigue caminando hacia el Gran Sur, con su poder debilitándose en cada amanecer y unicamente acompañado por unos pocos sirvientes que transportan el cuerpo exánime de Rakelt en el interior de un ataúd de plata; Karent hereda la Tierra Media bajo la aquiescencia de la Reina Maud, que viniendo del Gran Norte va poco a poco alargando el Reino de las Sombras atrayendo a los diosecillos del Frío, la Lluvia y la Nieve.
Ese 24 de septiembre, en una de esas embestidas, Maud, atreviéndose a expander más y más su poder hacia el Sur envalentonada por su creciente poder y viendo la evidente turbación y debilidad del Rey, le embosca en los caminos solitarios del Bosque Oscuro y trata de robarle el cuerpo de Rakelt para enterrarlo en sus territorios dominados por el Hielo y la Noche; sin embargo en medio del fragor de la lucha cae seducida por el todavía poderoso resplandor de la mirada del Señor de la Vida, y el derrotado Rey de la Luz le engendra allí mismo una hija, Rakelt, la Diosa de la Primavera.
Los días se suceden y los rayos dorados que antaño colmaron de calor y vida a la Tierra Media se inclinan y declinan su poder, alargando la presencia en el espacio y en el tiempo de las acechantes Sombras. Karent viste de marrones oscuros y de oro desvaído los campos y bosques, cubre los cielos de gris y llama a la Muerte a sus caminos. La Diosa del Otoño canta nostálgicas canciones al son del viento aullador, a la luz de la pálida Luna, componiendo poemas de desesperanza, de tristura y de olvido, mientras recorre solitarios caminos rodeada de solitarias ruinas y de leyendas.
Viejos fantasmas de reyes ya olvidados y sepultados en el polvo del olvido acuden en busca de consuelo y de compañía.
Mientras tanto, la presencia del Rey dador de la Vida se ha ido desvaneciendo por entre las melladas cimas de las altas sierras que delimitan la Tierra Media del Gran Sur.
Karent y Maud cubren la Creación de Oscuridad, Silencio, Soledad y Muerte.
El 24 de diciembre, tras permanecer tres días muerto, el Rey despierta una mañana en el recuerdo de Rakelt y con ese impulso se pone de nuevo en marcha; con la esperanza de volverla a encontrar se dirige de nuevo al Gran Norte, ahora envuelto en el Reino de las Sombras y de la Muerte que cubre la tierra toda bajo una Karent cada noche más pálida y moribunda.
Esa misma noche la Diosa del Otoño muere envuelta en su propia tristeza y desesperanza y Maud la oculta bajo un inmenso roble; una corte de búhos y lechuzas escoltan tan triste cortejo. Entonces Maud, la Diosa del Invierno, la Señora de la Tierras Bajas, es quien toma el poder y el dominio de toda la Tierra Media; su risa hiela el rostro de la Luna y un manto de silencio cubre los restos de Vida que aún quedan como testigos en los silenciosos campos y senderos.
Pero Maud entra en temor; sus sirvientes y espías le hablan de hechos luminosos más allá de los montes del Olvido, frontera de su heredad; han visto la maniobra del Rey y le cuentan que el Señor de la Luz vuelve a caminar por los senderos que llevan a la Tierra Media; las gentes salen de sus escondrijos y con valentía creciente gritan y se animan los unos a los otros gritando: ¡El Rey vuelve, el Rey vuelve!
Se encienden hogueras en todos los altos del territorio como faros ardientes que guíen al Señor en su regreso al Gran Norte y en las plazas de los pueblos y aldeas se canta y se baila, brindando por el pronto regreso de la Vida a los campos y a los hogares.
La Reina de la Oscuridad y del Invierno, temerosa de que con el regreso del Rey su poder se acabe, le espera en los ventisqueros, en los corredores del viento, tras las cortinas de la lluvia, izada en las cimas cubiertas por la nieve pretendiendo pararle.
Ella sabe que la llegada del Rey significa su forzado regreso al Gran Norte y desde los más altos oteros le ve marchar hacia la Tierra Media cada mañana más decidido y radiante.
De esta forma, mientras el Rey acude a la llamada de la Vida, Maud se retira lentamente jornada tras jornada hacia sus territorios vírgenes del Gran Norte; su manto de noche va empequeñeciendo y los rayos de Luz del Rey empiezan a inundarlo todo en su marcha….
El 23 de marzo, el Rey en su continuo ascenso hacia el Gran Norte, mientras va desalojando a las Sombras, al Frío, al Silencio, a la Soledad, a la Oscuridad y a la Muerte, se encuentra con Rakelt, la Diosa de la Primavera. Es carne de su carne y sangre de su sangre…
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