sábado, 22 de marzo de 2008

La dinastía sagrada


El 21 de marzo, el Rey, en su continuo ascenso hacia el Gran Norte, mientras va desalojando a las Sombras, al Frío, al Silencio, a la Soledad, a la Oscuridad y a la Muerte, se encuentra con Rakelt, la Diosa de la Primavera. Es carne de su carne y sangre de su sangre; pertenecen a la misma estirpe de los Paraisos del Fuego, de la Vida y de la Luz.
De su abrazo nace el calor, las semillas, el fruto alimentador, el verde y multitud de flores; pero también de ese amor nace Karent, la Diosa del Otoño.

Rakelt y el Rey poco a poco van creando vida mientras siguen ascendiendo en los cielos, hasta que el 24 de junio ambos alcanzan la cima de su amor. A partir de ese instante, Rakelt irá envejeciendo y gastando su maternidad hasta cubrir la Tierra Media de todos los frutos de su amor. El Rey entrará poco a poco en los terrenos de la nostalgia y de la tristeza bajo la mirada atenta de Karent.
La Diosa del Otoño va creciendo, creando poco a poco su propio espacio, y el Rey y Rakelt van lentamente retirándose hacia el Gran Sur ante las cada vez más frecuentes embestidas de la tristeza que Karent destila en su mirada gris azulada; como consecuencia, el Reino de las Sombras de Maud crece día a día más y más bajo sus pies.

Los últimos frutos de la higuera marcan el final del Reinado del Verano, y el 24 de septiembre Rakelt muere en los brazos del Rey, el cual sigue caminando hacia el Gran Sur, con su poder debilitándose en cada amanecer y unicamente acompañado por unos pocos sirvientes que transportan el cuerpo exánime de Rakelt en el interior de un ataúd de plata; Karent hereda la Tierra Media bajo la aquiescencia de la Reina Maud, que viniendo del Gran Norte va poco a poco alargando el Reino de las Sombras atrayendo a los diosecillos del Frío, la Lluvia y la Nieve.
Ese 24 de septiembre, en una de esas embestidas, Maud, atreviéndose a expander más y más su poder hacia el Sur envalentonada por su creciente poder y viendo la evidente turbación y debilidad del Rey, le embosca en los caminos solitarios del Bosque Oscuro y trata de robarle el cuerpo de Rakelt para enterrarlo en sus territorios dominados por el Hielo y la Noche; sin embargo en medio del fragor de la lucha cae seducida por el todavía poderoso resplandor de la mirada del Señor de la Vida, y el derrotado Rey de la Luz le engendra allí mismo una hija, Rakelt, la Diosa de la Primavera.

Los días se suceden y los rayos dorados que antaño colmaron de calor y vida a la Tierra Media se inclinan y declinan su poder, alargando la presencia en el espacio y en el tiempo de las acechantes Sombras. Karent viste de marrones oscuros y de oro desvaído los campos y bosques, cubre los cielos de gris y llama a la Muerte a sus caminos. La Diosa del Otoño canta nostálgicas canciones al son del viento aullador, a la luz de la pálida Luna, componiendo poemas de desesperanza, de tristura y de olvido, mientras recorre solitarios caminos rodeada de solitarias ruinas y de leyendas.

Viejos fantasmas de reyes ya olvidados y sepultados en el polvo del olvido acuden en busca de consuelo y de compañía.
Mientras tanto, la presencia del Rey dador de la Vida se ha ido desvaneciendo por entre las melladas cimas de las altas sierras que delimitan la Tierra Media del Gran Sur.
Karent y Maud cubren la Creación de Oscuridad, Silencio, Soledad y Muerte.

El 24 de diciembre, tras permanecer tres días muerto, el Rey despierta una mañana en el recuerdo de Rakelt y con ese impulso se pone de nuevo en marcha; con la esperanza de volverla a encontrar se dirige de nuevo al Gran Norte, ahora envuelto en el Reino de las Sombras y de la Muerte que cubre la tierra toda bajo una Karent cada noche más pálida y moribunda.

Esa misma noche la Diosa del Otoño muere envuelta en su propia tristeza y desesperanza y Maud la oculta bajo un inmenso roble; una corte de búhos y lechuzas escoltan tan triste cortejo. Entonces Maud, la Diosa del Invierno, la Señora de la Tierras Bajas, es quien toma el poder y el dominio de toda la Tierra Media; su risa hiela el rostro de la Luna y un manto de silencio cubre los restos de Vida que aún quedan como testigos en los silenciosos campos y senderos.

Pero Maud entra en temor; sus sirvientes y espías le hablan de hechos luminosos más allá de los montes del Olvido, frontera de su heredad; han visto la maniobra del Rey y le cuentan que el Señor de la Luz vuelve a caminar por los senderos que llevan a la Tierra Media; las gentes salen de sus escondrijos y con valentía creciente gritan y se animan los unos a los otros gritando: ¡El Rey vuelve, el Rey vuelve!

Se encienden hogueras en todos los altos del territorio como faros ardientes que guíen al Señor en su regreso al Gran Norte y en las plazas de los pueblos y aldeas se canta y se baila, brindando por el pronto regreso de la Vida a los campos y a los hogares.
La Reina de la Oscuridad y del Invierno, temerosa de que con el regreso del Rey su poder se acabe, le espera en los ventisqueros, en los corredores del viento, tras las cortinas de la lluvia, izada en las cimas cubiertas por la nieve pretendiendo pararle.
Ella sabe que la llegada del Rey significa su forzado regreso al Gran Norte y desde los más altos oteros le ve marchar hacia la Tierra Media cada mañana más decidido y radiante.

De esta forma, mientras el Rey acude a la llamada de la Vida, Maud se retira lentamente jornada tras jornada hacia sus territorios vírgenes del Gran Norte; su manto de noche va empequeñeciendo y los rayos de Luz del Rey empiezan a inundarlo todo en su marcha….
El 23 de marzo, el Rey en su continuo ascenso hacia el Gran Norte, mientras va desalojando a las Sombras, al Frío, al Silencio, a la Soledad, a la Oscuridad y a la Muerte, se encuentra con Rakelt, la Diosa de la Primavera. Es carne de su carne y sangre de su sangre…

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