
Con mis manos me agarré a la esperanza de tu piel,
y ya dentro de ti busqué los juguetes rotos de aquel niño
al que le regalaron la angustia como cielo
y la culpa en todas las sobremesas.
Pusimos orden en el ritmo asincopado de nuestras vidas
y le arrancamos al tiempo su reloj.
Y vimos la luz húmeda de la tarde deslizarse
hacia la oscuridad deliciosa
del que se sabe ausente y sin biografía,
verso no escrito latiendo a la vera abrasada de tu cielo,
espejo dormido en donde te ensueño.