Me detengo en la espesura de la noche
oyendo tiritar un tallo de tristeza.
El viento detenido en mi alma oye
mil gritos que suben a los reinos distantes de la luz,
y entre el oro y el espasmo en que un instante es,
el rocío y el labio de la noche
ejercen de aurora redentora del mundo.
Gravita el firmamento y, aún dudando,
triunfal y con feroz rugido,
mi corazón ordena la alegría y alza el vuelo.
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