jueves, 3 de abril de 2008

Karen


Allí estaba ella,
sentada tras los ventanales de la cafetería
charlando con unas amigas.
Nos saludamos como tantas otras veces,
supongo que ella a mí por pura cortesía.
Yo, con un deseo inmenso de besar
aquellos labios carnosos,
vivos,
frontispicio de aquella boca sensual,
amplia y con sabor a dulzura y a pasión.

Ha pasado el tiempo
en que algo podría haber ocurrido entre nosotros...
Digo "algo" para contraponerlo a la "nada", que se entienda.
Pero aquellas manos de dibujo perfecto,
aquellos brazos perfilados
por el amor que aquella mujer podría haberme dado
permanecen vivos
en los archivos más ardientes de mi memoria; todavía...
Sé que los días irán amortiguando las imágenes;
dudo que lo hagan con el deseo...

Me muevo por caminos desconocidos
envuelto un tanto en la desesperanza,
en la tristeza,
en despedidas de cosas y acontecimientos
a los que no podré acceder jamás ya en esta vida.

Karen es por lo tanto como el releer una y otra vez
el mismo capítulo
emocionante y emocionado de una parte de mi vida,
episodio en el que todavía era hombre para enamorar
a mujeres bellas, jóvenes o en el esplendor de su madurez;
ando por lo tanto en esos adioses definitivos
que me sumen en la desesperanza, en la nostalgia....

Pero de vez en cuando entreveo,
allá a lo lejos,
entre visos de irrealidad y de deseo,
otros horizontes que ya no están por estos pagos.
Otras vidas que viviré
desde la conciencia que no me abandona
desde que me conozco,
quizá desde siempre,
desde esa eternidad
en la que forzosamente debo creer cada día más
conforme me adentro
en las salas de las despedidas de este tiempo mío
en el que me muevo con demasiada lucidez, tal vez...

Tras la torpe primavera en la que reinó Lucille,
vino la diosa,
llamó con suavidad a mi puerta,
apenas la oí llegar,
tan ocupado estaba yo en forjar en la memoria
el recuerdo de la mujer 10
que acabó abandonándome por la realidad de un futuro
esculpido a maza y cincel; no a base de sueños
como el que yo le ofrecía, en sueños también, claro...

Ayer la volví a contemplar tras la cristalera de la cafetería Vogue.
Me hizo un gesto con su mano mientras me ofrecía
su sonrisa picara y gozosa
de la que hace unos pocos años disfruté.
Allí estaba la diosa,
maravillosamente maravillosa,
asentada su cabeza de romana belleza
sobre su delicioso y esbelto cuello
bajo el cual se pintaba el negro elegante de un suéter
que realzaba la rubiez mate de su cabello.
Karen apenas vio lo que mi mirada añorante escondía tras el saludo;
tampoco hubo tiempo para otra cosa que un adiós apresurado
que apenas duró dos o tres segundos.

Adiós, Karen,
te sigo deseando, le dije con mis ojos.
Adiós, Karen,
espero volver a verte.
Quiero creer en teorías que predicen eternidades,
en palabras que componen versos
llenos de recuerdos jamás perdidos,
siempre vivos,
fáciles de reencontrar y de revivir.
Quiero creer en todo ello,
por ti, querida,
por volver a sentirme cerca de tu aliento,
cerca de tus labios,
tantas veces besados en mis proyectos de futuro junto a ti.
Quiero creer,
necesito creer....
¿Qué somos sin la fe?

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