miércoles, 28 de diciembre de 2022

Llévame lejos, Amor

 

Llévame lejos, muy lejos,

lejos de mí y de ti,

allá donde el conocimiento

de tu carne en la mía

confunda a la noche y al día

sin horas, sin espejos.

Llévame, llévame lejos,

allá donde sienta respirar

tu verso amargo en mi piel,

donde la brisa en mi copa de hiel

escancie el vino de tus besos.

Llévame lejos, Amor, muy lejos.

 

 

 

jueves, 8 de diciembre de 2022

Vaho


 

A veces ocurre que al atardecer de uno de estos días de otoño, con la premura conque la oscuridad acosa a la breve claridad diurna que nos concede la estación, ir a ver pasar trenes puede convertirse en algo así como la relectura de aquel libro que nunca dimos por cerrado, que sigue abierto en el atril del deseo como una herida que se resiste a cicatrizar....
Establecido ya en mi séptima década de vida y estando en el lugar en el que me encuentro, la estación del tren de mi pueblo, inevitablemente mi memoria revive las entradas y salidas, pausadas, de aquellos monstruos de hierro y humo negros con su chisperío de carbón abrasado que estacionaban sus inmensas moles junto al anden de la estación, dando tiempo para saludos, abrazos, llantos y despedidas de los que venían y de los que se iban.

 Pero hoy en día los convoyes pasan raudos, como mis días, que vienen de la luz lejanísima de mis años mozos y se sumergen, y yo con ellos, en esa noche última de amanecer incierto que se nos echa encima con sigilo, discreción y una pesada carga de nostalgia, tal como debe ser.

Pasa el último tren del día como un escalofrío eléctrico que apenas modifica el paisaje de la tarde y entonces, justo después de su alborotado paso, te sitúas en el andén ya vacío y sientes el silencio apenas distraído por una suave brisa que arrastra alguna hoja seca caída de algún balcón del tiempo; es un silencio que habla de gentes a las que abandonaron las palabras y los cantos, estampas de aquel interminable verano de nuestras vidas, cuando los trenes llegaban, se detenían y podíamos tomarlos o no, sin prisas, dispuestos a penetrar en la aventura errática de nuestra existencia con la inocencia y el vigor de los pocos años en la mochila que portábamos sobre nuestras casi recién estrenadas espaldas, tan escasos de miedos, mas llenos a tope de ilusiones.
Mira, a propósito de estaciones y de trenes, de miedos e ilusiones, te voy a contar algo que me ocurrió hace escasos días, cuando una tarde y aprovechando que el tiempo de este otoño tardío aún era bueno, cogí mi auto y me fui a a recibir y a despedir al último tren del día....

 Apenas eran las seis y media, pero la tarde se desvanecía ya entre la bruma fría que se aposentaba sobre el andén desierto y las solitarias vías del ferrocarril. Los pocos pero enormes eucaliptos que adornaban el lugar iban poco a poco alargando sus sombras, y hasta el parlamento de los pajarillos que habían dado vida a los alrededores mientras el sol brillaba, fue cesando hasta llenarlo todo de un silencio al que solo la escasa brisa vespertina ponía su débil eco.

 La noche cerraba sus puertas a las postreras luces del día y en el cielo ya alumbraban algunas estrellas. Era hora de regresar, así que me encaminé al coche y mientras terminaba con la bolsa de papas que llevaba en la mano y que me había comprado por la mañana en el restaurante en el que había almorzado, saqué el paquete de tabaco y encendí un cigarrillo.

-Feo vicio, amigo- me reconvine en voz alta a mí mismo, aunque con nulas esperanzas de hacer algún propósito de enmienda

Mientras apuraba el cigarrillo, me detuve por unos instantes contemplando el silencioso paraje al que mis pasos -o mi coche, para ser más exacto- me habían llevado aquella tarde de nostalgias y recordativas varias. Las pocas farolas que por allí había, hacían su amarillento y mortecino hueco de luz en aquella oscuridad creciente. La soledad y el silencio imponían su ley en aquel lugar a aquella hora primera de la noche.

Vi mi sombra en el asfalto al acercarme al vehículo y un ligero escalofrío me recorrió la espalda. La temperatura había bajado ostensiblemente, pero era algo más. Sabía que me esperaba un hogar en donde los fantasmas del pasado hacían eco a mi memoria; todos se habían marchado hacía meses, cada uno a su labor, a sus vidas, y ya unicamente mi voz cuando hablaba solo y el soniquete machacón de la tele, rompían el silencio.

Entro en el auto y me busco la llave del encendido en el bolsillo de la chaqueta.A esto veo que llega un coche que aparca justo a mi lado.

En su interior, un chico de veintipocos años me mira sonriente; yo le correspondo si saber porqué. Meto la llave dispuesto a girarla para arrancar y salir de aquel apuro.

A los solitarios no nos gustan los encuentros inesperados, sentimos cierto pudor cuando nos encontramos con personas de nuestro mismo club; es como ver el gris de una vida en los ojos del otro como si de un espejo se tratase, así que inicio la maniobra de prender el motor y huir, pero la llave girada no logra su propósito y el motor no se mueve.

Un único «click» me hace pensar que es cosa de la batería. Un terror frío empieza a recorrerme la espalda..

Miro de nuevo al chico que me sigue sonriendo, le respondo yo también con una media sonrisa muy forzada que supongo no logra disimular la creciente angustia que me embarga en ese momento.

Vuelvo a intentar de nuevo poner el motor en marcha, pero este sigue sin responder; hace «click», y eso es todo, amigo; tiene toda la pinta de ser cosa de la batería, me digo...

- Joder, joder, joder...¡Pero si apenas hace un mes que la cambié..!

Miro a mi extraño compañero e intento transmitirle mi impotencia, y al instante observo con inquietud que el joven sonriente se baja de su coche y a través de la ventanilla le oigo pedirme permiso para entrar en el mío; le respondo con un gesto asertivo con mi cabeza, entra en el vehículo y se me sienta al lado.

- Hola, ¿qué tal? - me dice.- Parece que estás en problemas, ¿no?

- Hola, pues sí, eso parece...Vaya mala suerte... con la hora que es y lo lejos que estoy de mi casa...

- Okay, tranquilo, verás como sales de esta también -me dice mientras extiende su mano como indicándome que le de la maldita llave del coche. Por unos pocos segundos dudo si entregársela o no; finalmente accedo a su petición. A continuación veo cómo el chico acoge mi llave en sus manos haciendo un cuenco con ellas, acerca su boca a dicho cuenco y le insufla su aliento varias veces. Acto seguido me la devuelve, siempre con su sonrisa pintando su rostro.

- Prueba ahora -me dice devolviéndome la llave.

- ¿Estás de coña o qué? -le digo

- Venga, inténtalo otra vez; no pierdes nada con hacerme caso, ¿no?

Es una situación absurda, completamente surrealista, me digo. En aquel lugar solitario, lejos de mi destino, a aquella hora de la creciente noche, un individuo trata de arrancar mi coche con el extraño procedimiento de echarle un poco de su aliento a la llave del motor.

Dudo si estoy realmente despierto o no; la oscuridad debilmente taladrada por las pocas farolas del lugar, la soledad, el silencio, todo contribuye a que aquello me parezca el escenario de un paisaje onírico del que seguramente despertaré por la mañana...

Sin embargo y sin saber por qué, hago lo que me dice sin mucha o ninguna fe en su palabra. Introduzco la llave, la giro y ¡válgame el cielo, el coche arranca!

- ¡Joder, tío! ¿Cómo...cómo demonios lo has hecho?

- La verdad es que no ha sido demasiado difícil -me dice con su invariable sonrisa pintada en su boca.- Has confiado dos veces en mí, un extraño, aquí, en medio de la nada, tú, una persona muy asustadiza al parecer...

- ¿Dos veces dices? No te entiendo...

- Sí, dos veces. Una, dejándome entrar en tu coche, a mí, un joven desconocido y siendo tú un hombre ya mayor..

- Bastante mayor, digamos -le interrumpo

- Exacto, aunque no demasiado, creo.. En fin, digamos que eres un hombre probablemente más cercano a la ancianidad que a la juventud, ¿me equivoco?

- En absoluto -le respondo

- Y por eso mismo, teniendo en cuenta lo que se habla ultimamente por ahí del peligro que existe en este mundo en el que vivimos, a estas horas y en un lugar solitario, ¿verdad?

- Pues sí, en estos tiempos tan cambiantes no estamos seguros...Ancianos, mujeres y niños, sí; todos hemos visto la peli del barco ese que se hundió -intento bromear- ¿Y la segunda prueba de confianza?

- Llámalo fe, me gusta más -me corrige con su sempiterna sonrisa

Mi acompañante circunstancial hace una pausa, me mira ahora con seriedad y termina su parlamento poniéndose sus manos delante de su boca tal como había hecho hacía escasos momentos y exhala de nuevo su aliento.

- Porque has confiado en mí. Amigo, podríamos decir que tu fe te ha salvado. Seguro que te suena la frase, ¿verdad? -me suelta mientras recupera la sonrisa

Acto seguido se baja de mi coche, y poniéndose al volante del suyo sale del aparcamiento. Contemplo como hipnotizado las luces rojas que se alejan hasta que tras una curva las pierdo de vista.

No sé el tiempo que estuve así antes de abandonar yo también el lugar, tratando de coordinar mis pensamientos, darles un sentido, una ilación, buscando una respuesta lo más racional posible a todo aquello que me había sucedido aquella tarde noche en la que fui a la estación, con el único propósito de ver llegar y marcharse al último tren del día.

Sólo la magia me dejó satisfecho

 

 

 

 

miércoles, 26 de octubre de 2022

Y no hubo nada

                                                                      

 Cariño, no escribo estos versos sueltos

para que leyéndolos arrobada me admires,

tampoco los plasmo aquí

para que te enamoren ni de mí te enamores;

no busco la luz de tus ojos que apartaste

de mi senda, ni tampoco, tenlo por cierto,

el pago de un beso cuando de leer esto acabes,

ni siquiera busco que en tu silencio los declames,

ni que te los pongas en el pecho como broche

de mi promesa que jamás hubo,

porque a mis sentimientos opusiste razones

y aquí dentro no hay discurso ni lógica,

sólo y llanamente emociones.

Escribo, cariño, estos renglones rotos cuando me apaña

porque en el fondo, cariño mío, no sé hacer otra cosa

A veces, últimamente, pienso que todo fue un invento fatuo

nacido de una mente por siempre de ti enamorada.

Quedarán cenizas de amor, versos sin besos,

caricias sin respuesta, poemas que ya no entiendo, nada...

 


 

domingo, 31 de julio de 2022

El Juego infinito

 

Sentirte acompañado/a de ti mismo/a cuando estás solo/a es el comienzo de la verdadera amistad, y de ese idilio que todos/as andamos buscando desde que nos mintieron cuando se nos fue dicho que éramos parte separada, incompleta e inconclusa del Todo que nos envuelve y que nos da testimonio constante de lo que somos, Dios, tú, yo, buscándose a sí mismo/a a través del infinito escenario de la Existencia.

jueves, 21 de julio de 2022

Verano

 

 
El mismísimo infierno
parece envolver en sus páginas
de luto amarillo
a estos días de azul y fuego,
de aire abrasado cual soplo de Satán.
La vida arde sobre el asfalto
y tienen los campos encenizados
el respirar ahogado,
mientras el polvo humeante
esconde caminos a su pasar
confundido,
llameante.
Se escucha un lejano parlamento de canes
bajo el triste recinto de un solitario pino;
apenas su sombra es frontera
frente a la claridad infinita
mientras la historia de las gentes dormita
en los versos blancos de la siesta.
La noche cae enredada en su velo añil,
y entre la luna y su lucero
el viento quema sus últimas hogueras.
Fatigoso e inútil ejercicio es el dormir,
en donde al soñar se suda,
se aprende y se repasa la cama
luchando con el aire desvelado.
Por fin, la mañana
escandalosa de luz nos llama
desde su arboleda en calma,
seco océano, resaca ciega.
Es el despertar.


domingo, 10 de abril de 2022

Last supper

Y en la última cena del ultimo día

en la que estaré con vosotros,

os declararé mi amor a todos

viéndoos así, vestidos

con vuestros mejores pecados,

esperando vuestras más abyectas traiciones.

Por todo eso me entrego y muero,

vino y pan encarnado,

para que soñéis ahora con el dulce eco

de lo que mi fiel amor

-más allá de ti, más allá de mí-

os tiene en rica mesa preparado.

 

 

 

viernes, 1 de abril de 2022

Adios

 


Me fui de ti y tú de mí,
y el aire respiró azules
sobre la mies futura de la vida,
y los campos se abrieron
desnudos sin pena ni llanto,
y un millar de cantos
alborozaron las horas
en la calma silente, sintiendo
el beso de su color nuevo
y sus millones de abrazos

domingo, 27 de marzo de 2022

(Poemario de los Mundos Perdidos)


 

                                                     Yo del agua soy su sed,
                                                     del aire su aliento,
                                                     de la tierra sus pies,
                                                     tea ardiente de su fuego.
                                                     De todo soy conciencia viva,
                                                     substancia, alimento.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Cuando un hada se enamora de un mortal

 

Las relaciones de pareja con seres mitológicos suelen acarrear grandes desgracias, sobre todo para el mortal, incapaz de adaptarse a los tiempos de la eternidad, así como al temperamento y el carácter de las hembras sobrenaturales.

Los mitos nórdicos nos hablan de una extraña pero fascinante especie de hadas conocidas como Skogsfru, muy temidas en las tradiciones populares pero añoradas durante el romanticismo, quien vio en ellas un símbolo de las urgencias del amor y del deseo que consume a sus devotos.

Las Skogsfru tienen la apariencia de una hermosa mujer con largo cabello castaño recogido en una trenza. Este es el único atributo que comparten. Pueden, de hecho, cambiar su aspecto a voluntad, e incluso asumir formas tan fantásticas como aterradoras; salvo modificar la forma del cabello, que siempre se mantiene inalterable.

Las Skogsfru solían rondar especialmente por las zonas rurales. Algunas prefieren acechar a sus víctimas desde la familiaridad de sus bosques, protegidas por los árboles. Otras, en cambio, se aventuran en las aldeas y acechan a los hombres jóvenes mientras los mayores se encuentran trabajando el campo.

Normalmente las Skogsfru utilizan su belleza natural, o mejor dicho, exquisitamente antinatural, para subordinar a sus presas masculinas; y casi siempre lo consiguen sin mayores esfuerzos. No obstante, en ocasiones las cosas se complican horriblemente.

Al parecer, las Skogsfru encuentran irresistible la energía vital de ciertos hombres, y se alimentan de ella. A cambio, ellas ofrecen un encuentro amoroso incomparable, pero al mismo tiempo tan perturbador que el mortal, una vez vaciado de fuerzas y fluidos, es presa de una melancolía tan honda que normalmente lo conduce a la locura y al suicidio.

En algunos casos, por cierto, extraordinarios, las Skogsfru llegan a enamorarse sinceramente del hombre mortal; y no permiten que pierdan la cordura aún en los momentos más críticos de sus caricias blasfemas.

Estas relaciones entre un hada y un hombre mortal suelen culminar en un desencanto absoluto. Sin embargo, contrariamente a lo que ocurre en muchas historias de amor entre hadas y mortales de la Edad Media, las Skogsfru nunca secuestran al hombre para llevarlo a su reino encantado; en parte porque tal reino no existe, al menos para ellas, y en parte porque desean asumir los hábitos de la vida secular.

El problema radica en que las Skogsfru son hadas salvajes: viven a la intemperie, alimentándose de musgo e insectos, durmiendo en cuevas o viejos árboles roídos por el tiempo, y casi siempre se sienten incómodas en el calor del hogar humano.

No importa cuánto amen a sus varones mortales, tarde o temprano las Skogsfru siempre regresan a la humedad de los bosques. El hombre abandonado nunca se recuperará de la pérdida.

Se dice que quien ha besado a una hada ya no deseará otros labios, ni tendrá pensamiento alguno que no incluya aquello que ha extraviado. Poco a poco irá perdiendo el apetito; su porte se volverá decrépito, raquítico, su piel se secará sobre los huesos hasta que el corazón, ya exhausto, invite al espíritu a desalojar el cuerpo.

Algunos explican este final trágico como una consecuencia lógica de aventurarse en los brazos de un hada; aunque rara vez se aclara si este estado deplorable es un tributo justo para un amor semejante.

En cierta forma, perder un gran amor es como asistir al funeral de uno mismo. Una parte nuestra se ha ido, pero su ausencia a menudo reclama un largo tributo de nostalgia, de dolor, de íntima sabiduría. Si regresa será una fantasmagoría, una aparición fatua que nos recuerda vagamente al original; y nosotros, apenas un otro que insiste en repetir la teatralidad de los espejos.


sábado, 22 de enero de 2022

Horfandad

 


Hoy más que nunca necesitamos quijotes que en su "locura" nos guíen por este mundo de tinieblas que atravesamos hoy en día. 
Quizá ya no queden quijotes; tal vez porque tampoco van quedando dulcineas que inspiren y armen a tanto caballero desolado por tantos gañanes, ganapanes y bribones violando los espacios sagrados, reservados antiguamente a la decencia, a la inteligencia, a la justicia, a la ecuanimidad y a la generosidad. 
No, quizá ya no queden tampoco damas en las alcobas de Palacio, ni caballeros que salgan al mundo a desfacer entuertos y luchar contra gigantes y malhechores por el honor y el amor de Dulcinea.
Porque son gigantes malvados, Sancho amigo, son gigantes, aunque tú sólo veas simples molinos de viento.