Dicen que hubo un tiempo
en que la luz era piedra viva,
cuando la palabra escalaba alturas
desde las que derramarse,
y en el que los hombres arañaban
los sueños más hermosos
del dios que ellos mismos edificaban.
Aquellas rosas iluminadas
sostenidos sus cielos por gráciles columnas,
cobijaban altares y capillas
ante los cuales se ofrendaban
las silenciosas oraciones de sus gentes sencillas,
sangre y sudor, trebajos, dolor, penas,
gozos pequeños y pronto caducos,
alegrías sinceras poco transitadas,
a la luz de humildes plegarias
que cobijaban con su tenue fulgor
ilusiones vanas, sueños, esperanzas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario