Nada más lejos de mi ánimo el dar lecciones, de nada ni a nadie y menos a ti, mi querido profesor de «mi peripatética facultad de letras y artes cinematográficas»; porque si de «aquella maniera» me siento universitario es gracias a las clases magistrales que me impartirste, paseo arriba, paseo abajo, mientras mirábamos con lujuria confesa aquellos rostros, aquellos culos y tetas que soñábamos saborear/sobar algún día, como así fue.
Qué bien se estaba entonces descubriendo los arcanos secretos de nuestra por aquel entonces breve existencia observando el pasar de la vida en flor, nosotros, jóvenes abejitas deseosas de hurgar y horadar y polinizar aquellas carnes tan prietas y vivas, mientras que por el aire circulaban como polen recién llovido semillas de Sartre, Cioran, Kafka, Hauser, Ford y El Capitán Trueno...La sabiduría encarnada en el deseo pecaminoso (Iglesia dixit...á la mérde!), o al menos no ajena sino más bien buena compañera del trasiego hormonal que experimentábamos.
Todo ardía en nuestros cuerpos casi vírgenes (o sin casi, depende de cómo y por dónde lo miremos), nosotros, inmortales, con la curiosidad rebullente y recién estrenada prestos a embarcar en la aventura de las aventuras, la de descubrir qué coño es Esto, que cojones soy Yo y dónde está el loco Dios que mueve, sordo y mudo, los hilos de mi escasa fortuna y mis abundantes desventuras.
Qué gozo entonces sentirnos vivos, con la memoria poco menos que vacía de mentiras y con el carcaj lleno de las flechas del amor. Qué vida aquella la de nuestra juventud a escasos años de nuestra cumplida mayoría de edad. Ahora, ahítos de desengaños y errores sin cuenta ni cuentos, vagamos por los recovecos de la memoria escuchando voces ya idas e imágenes de un tiempo en donde todo era novedad, días y horas recién estrenados, «descubriendo la pólvora» y dispuestos a usarla si fuera menester.
Ya ves que el otoño, el otoño del patriarca, me afecta, me inunda y me sobrepasa. Dicen que la nostalgia es como morir un poco; si así es, yo ya huelo sospechosamente a muerto por los intersticios de esta mi alma que algunos días y a ciertas horas, muere porque no muere.