Todo estaba fresco, húmedo, verde, con calideces de las que no hacen daño ni al alma ni al cuerpo.
El cielo ya no amenazaba, pero se prestaba a darle un tono protector a tanta agua en los bancales y ribazos. Por en medio de los estratos el sol guiñaba sin herir, haciendo sombra a los sentimientos heridos; he recibido el bálsamo en silencio y con gratitud, dejando que los sentidos me hablasen de intimidades, de corazón a corazón, como se hablan los enamorados, con el tacto dulcísimo de las palabras a flor de labios.
Hubiera podido quedarme allí en aquel paraíso de tiempos detenidos al borde del camino, con la eternidad del momento danzando delante de mí, sólo para mí, la tarde, el mundo, el universo entero.
Dios, mi Dios, el único Dios al que entiendo y con el que me entiendo, parecía restar prisa a mi marcha deteniendo al sol como hizo con Josué, apaciguando a la noche en ciernes embarazada de regresos, de vuelta al limbo, que no me atrevo a llamarlo infierno...
Que las llamas,
si queman,
cuando quemen,
serán llamas de amor,
aunque yo no las entienda.
Ahora, este cansado peregrino reposa y escribe lo vivido intentando no perderse en el olvido ante la verdad experienciada, ante la belleza saciante...Porque es cierto lo que dijo el poeta: la Verdad es belleza y la Belleza, verdad.
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