Afilaban sus espadas y aseaban sus mosquetes
a la luna sangre de la noche;
le darían justo valor de vida y de muerte
a sus últimas horas
en aquellas tierras frías y húmedas del Flandes,
porque en aquel revuelo nervioso
de brillos acerados y silencios,
aquellos bravos sabían
que todos ellos despertarían
más allá de la suerte esquiva de los tiempos,
abandonados por su rey, quizá,
pero con la honra henchida del que sabe hacer
lo que hay que hacer y corresponde
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