lunes, 15 de agosto de 2011
De olores, ruidos y suciedades
Hace unos días estuve en Priego de Córdoba, ciudad andaluza en donde vive mi hija con su marido desde hace más de medio año debido a que, como otros “nuevos emigrantes”, tuvo que cambiar de localidad, de provincia y de autonomía en busca del tan ansiado puesto de trabajo.
Ciudad coqueta, tranquila, izada sobre una colina que la sitúa a 650 metros sobre el nivel del mar, se asemeja a una isla de cal y sombras poblada de numerosos jardines y parques en donde mana el agua fresca. Rodeada por los cuatro costados por el olivar que la circunda y del que vive fundamentalmente todo el pueblo, sus casi 24.000 habitantes están a caballo entre dos lugares tan históricos como bellos, que son Granada y la propia capital de la provincia, Córdoba.
No estuve mucho tiempo –apenas dos días- para conocer a la patria chica que fue de Niceto Alcalá Zamora, el primer presidente de la II República (1931-1936) y que también tuvo que emigrar de su tierra querida, esta vez a la Argentina, en cuya capital falleció; sin embargo, a pesar del corto espacio de tiempo en el que habité allí, al pasear por sus calles y sus parques (parques como Dios manda que sean, espaciosos, con poco cemento y suelos de tierra, sombreados por enormes plátanos, con fuentes que manan agua fresca –de la que se puede hasta beber- y bancos que sin grandes alharacas, sirven sólo para lo que fueron hechos: para descansar sentados) algo me llamó poderosamente la atención: la limpieza de sus suelos, el cuidado de sus espacios y mobiliario públicos, el relativo silencio en el que una ciudad de su tamaño puede verse envuelta en las horas más concurridas del día, poco tráfico, pocas motos, gente que por lo general hablaba sin gritar en bares, paseos y terrazas…
Todo ello me chocó todavía más cuando regresé a Cieza. El contraste de lo que vi y hasta de lo que olí fue demasiado evidente. Sé que la Comunidad está embarcada en un ilusionante proyecto de propulsar el turismo –el de playa y sol y el turismo interior, que es el que nos corresponde- como principal fuente de ingresos. También sé que nuestro pueblo y sus alrededores tienen toda la materia prima para colaborar en ese ambicioso plan; paisajes, nuestro río -ese “milagro de agua” que amanece todos los días-, el entorno histórico-cultural de nuestras viejas calles, algunas de nuestras iglesias, nuestra Semana Santa…
Pero la pregunta surge enseguida, ¿cómo vamos a transmitir a nuestros visitantes esos encantos tan visibles de nuestro patrimonio cultural y paisajístico, para que vaya de boca en boca y se “corra la buena nueva” de que tenemos cosas que merecen la pena verse, si los olores, si los suelos escandalosamente sucios, si el ruido de un tráfico muchas veces caótico y a todas luces demasiado abundante para una ciudad como Cieza, si la casi ausencia de alojamientos (en Priego hay un montón) para forasteros, son y serán causas suficientes para que los futuros visitantes huyan de esta “perla del Segura” venida a menos?
Nadie me tiene que decir que andamos escasos de dinero; tengo constancia de ello. Pero yo siempre he creído que no se gobierna con el bolsillo sino más bien con la cabeza, y sobre todo con el amor y el cariño a la tierra a la que sirves. He sido 40 años educador y sé de buena tinta que en los centros escolares en donde he trabajado, el aspecto de la limpieza y la higiene del entorno se ha tratado con largueza, aunque quizá no lo suficiente. Con la misma seguridad puedo decir que nuestros políticos han trabajado en el tema, pero al igual que los enseñantes, tampoco ha sido suficiente.
Algo hay que hacer, y con cierta urgencia; si la suciedad y los ruidos nos acosan dentro del casco urbano, la situación por el entorno natural que nos circunda no anda mejor ni mucho menos. Una simple visita al santuario del Collado de nuestra Atalaya, nos dará una idea exacta de hasta qué punto la “mierda” nos puede ahogar en un mar de idem. Esto hay que hablarlo, en los plenos del Ayuntamiento y en donde sea, ahora que el dinero no es la solución.
Creo que ha llegado la hora de pensar, de comunicar, de hacer que el ruidoso, el sucio y el que "aroma" la ciudad con tan pestosos olores, sean quienes sean, paguen sus delitos tal como la ley exige; en definitiva, hay que llegar a conclusiones valientes que destierren de una vez por todas el mito que va creciendo en la opinión de aquellos que nos visitan, de que Cieza huele mal y que hay que andar mirando el suelo por si acaso pisas lo que no quieres ni deberías pisar en una ciudad del siglo XXI.
(La foto que acompaña al texto es de una de las callejuelas de Priego. Este articulillo me fue publicado en EL MIRADOR ciezano, el 21 de agosto de 2011)
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2 comentarios:
Hola Pedro Luis, estoy totalmente de acuerdo con todo lo que trasmites en tu artículo. ¿A qué punto hemos hemos llegado los ciezanos para ver como cosa normal esta decadencia en la que nos hundimos...? A mí me entra congoja cuando regreso de visitar otros lugares y compruebo cuan dejao está nuestro pueblo. Pero no es de ahora, esto viene de hace 30 ó 40 años atrás, y cada vez va a más en aquella ley universal que dice "todo orden tiende al caos". Sólo se funciona por inercia, y quienes cobran por pensar, sólo cobran.
Mas como muy bien dices, no todas las posibles soluciones han venir a golpe de presupuesto; se puede hacer mucho con poco, si se quiere y se sabe.
Saludos.
Pues sí, Joaquín, la labor es inmensa y no hay muchas ayudas a las que acudir; porque no es en mi opinión una consecuencia de la falta de dineros; la causa está más honda, es más antigua, yo diría casi genética. Pero algo -menos cruzarse de brazos- se puede hacer desde las altas instancias políticas de nuestro "warro" pueblo.
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