Reciedumbre de la piedra cuajada de soles y de lunas.
La iglesia, ese templo del silencio de Dios, se alzaba anoche con su torre en medio de la plaza
como oración y estandarte de todos los peregrinos
que marchamos hacia no se sabe dónde;
tribu humana que tantas veces se refugió
entre sus muros antiguos, tan antiguo
como el corazón de este desolado notario que aquí y ahora
–cámara en ristre-
da fe, y pone fecha y hora a tamaña arqueología
de bautizos, comuniones, bodas y despedidas.
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