Aquella mañana me levanté de la cama aturdido y con los sentidos entumecidos después de repasar las sábanas hora tras hora, insomne toda la noche. El dolor de su ausencia se amuralló en mi soledad durante las oscuras horas, hasta que vi un resquicio de luz que se colaba por la ventana. Había amanecido un nuevo día, otra jornada amarrado al dolor, supuse.
Entonces ocurrió que mientras la abría, la pena se me escapó de las manos del alma y salió volando hacia la luz de la mañana.
Intenté sujetarla con desespero pero fue inútil mi esfuerzo, al tiempo que comencé a sentir un extraño y creciente gozo al ver cómo la primavera entraba sin permiso en la estancia, ocupando el hueco de la pena amarga que la oscuridad había dejado en su huida.
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