Se había despertado en plena madrugada y sintió que el sueño había huido del lecho, así que sin saber qué hacer a aquella hora intempestiva de la noche, se sentó en la cama mientras contemplaba en silencio los cientos de ventanas de los edificios que tenía enfrente.
Muchas de aquellas ventanas estaban iluminadas, lo que le hizo pensar que posiblemente tal como a ella le había ocurrido, el insomnio les había sorprendido en mitad de la noche despabilando a gentes que no teniendo otra cosa que hacer ante la imposibilidad de volver a conciliar el sueño, se hallaban ahora como ella sentados en sus lechos contemplando la multitud de luces de las otras ventanas de los edificios cercanos.
Una rara sensación de irrealidad le llenó por unos instantes.. «Nos vigilamos, yo a ti y tú a mí; somos testigos en vela del momento; aquí estamos, tú, yo y todos, esperando volver a sumirnos en la inconsciencia, esperando que el dios del sueño acuda a nuestra alcoba y nos meza en sus brazos...»
Los habitantes de aquella bizarra colectividad nocturna se observaban sin ser vistos desde la distancia amparados en la oscuridad que resguardaba su absoluto anonimato, pensando los unos en los otros, imaginándose formas, figuras, rostros, intentando adivinar qué pensamientos, sentimientos o emociones adornaban su desvelo.
«¿Cómo me piensas, qué forma me das?». Su mirada recorría las ventanas con luz y un misterioso halo de descubrimiento se abría poco a poco en su interior. «Tú eres el Otro y yo lo soy para ti, el desconocido, la desconocida, tan lejos tú de mí y yo de ti, y sin embargo tan cerca, ¿verdad?»
Muy probablemente a muchos de ellos y ellas se los había cruzado cada día por la calle, en los pasos de peatones, en el super, en la peluquería, pero nunca se había detenido a hablarles, a dedicarles un «buenos días o buenas tardes o noches»; eran personajes anónimos que conformaban su paisaje urbano diario pero a los que casi nunca les había prestado un mínimo de atención, actitud mutua que todos compartían entre todos a todas horas, todos los días...
Pero ahí estaban, todos ellos, yo con ellos y ellos conmigo, sin tener conocimiento de que nuestros ojos, los míos y los suyos, escudriñaban al vecino y quizá entonces todos, ellos y yo, estábamos dedicándonos por vez primera a descubrirnos, a saber que «ahí afuera» hay gentes huérfanas por una noche del sueño que nos descansa, nos oculta, nos evade, nos refugia y nos entrena para eso que algunos califican como El Gran Silencio.
Por eso le sorprendió cuando de pronto y desde el silencio de aquella hora en la que extrañamente la vigilia había apartado al sueño, se vio a sí misma hablándoles a todos ellos con palabras que le surgían desde muy dentro.
Sus labios apenas se movían y las palabras salían de su boca como por ensalmo, suavemente, mezcladas con silencios dulces que en algún lugar muy dentro de ella, un lugar muy suyo y desconocido hasta ese momento, algo muy íntimo de cuya existencia nunca antes había sospechado siquiera estaba deleitándose de aquel íntimo discurso con un placer cercano al éxtasis que la inundaba hasta las lagrimas.
Eran palabras nacidas de un amor extraño del que jamás antes fue consciente, que pretendía llegar a todos aquellos que envueltos en la luz tenue de la madrugada y sentados en sus lechos, despiertos, estaban viviendo y compartiendo el singular hecho de estar comunicados por un mismo sentimiento a través del aire insomne que recorría la noche.
Una sensación de intimidad, de pertenencia, de vidas compartidas en definitiva se instaló en su pecho y el corazón respondió con latidos más acelerados y profundos.
El amanecer abrió sus puertas a un nuevo día y Elsa salió a la calle como todos los días a desayunar en el bar de la esquina, al trabajo, al trajín diario al que malamente estaba acostumbrada.
Pero ya todo no era igual.
Alguien pasó por su lado, lo miró fijamente a los ojos y le estampó un sonoro «buenos días». Quizá he sido un poco brusca, se dijo. Al instante, una amplia sonrisa se dibujó en su boca. Un primer paso, se dijo, un escalón subido. Seguro que quedaban más, muchos más, pero empezar a subir es ya un poco como haber alcanzado la cumbre, se dijo.