El mismísimo infierno
parece envolver en sus páginas
de luto amarillo
a estos días de azul y fuego,
de aire abrasado cual soplo de Satán.
La vida arde sobre el asfalto
y tienen los campos encenizados
el respirar ahogado,
mientras el polvo humeante
esconde caminos a su pasar
confundido,
llameante.
Se escucha un lejano parlamento de canes
bajo el triste recinto de un solitario pino;
apenas su sombra es frontera
frente a la claridad infinita
mientras la historia de las gentes dormita
en los versos blancos de la siesta.
La noche cae enredada en su velo añil,
y entre la luna y su lucero
el viento quema sus últimas hogueras.
Fatigoso e inútil ejercicio es el dormir,
en donde al soñar se suda,
se aprende y se repasa la cama
luchando con el aire desvelado.
Por fin, la mañana
escandalosa de luz nos llama
desde su arboleda en calma,
seco océano, resaca ciega.
Es el despertar.