En aquel ya lejano año de 1968, la juventud se levantó en gritos y protestas pidiendo un mundo mejor. Las violentas manifestaciones de Paris en mayo de ese año fueron quizá las más famosas, pero ocurrieron en muchas otras ciudades del occidente libre (en España mucho menos por aquello de que aquí mandaba un general, pero también) cuando trabajadores y estudiantes protagonizaron violentas algaradas callejeras que pusieron en jaque al Sistema.
Unos pocos años más tarde, las calles españolas también hirvieron de manifestantes cuando el dictador Franco estaba ya en las últimas y se pedía con urgencia pasar página a la Historia y entrar en la «normalidad democrática» de la que ya disfrutaban hasta los portugueses.
Hubo «héroes» entonces y los movimientos reivindicativos tenían valiosos referentes del mundo del arte. Afuera de nuestro país sonaban los Beates, Rolling, CSN&Y, Pink Floyd, Dylan y un largo etc, y por el suelo patrio la juventud mayormente, aunque gran parte de la sociedad participó de alguna manera en la ocupación de calles y plazas, se alimentaba con los trovos y melodías de gentes como Serrat, Luis Pastor, Labordeta, Paco Ibáñez, Llach, Raimon y otro largo etc..
Nuestras peticiones se sustentaban sobre los «hombros de estos gigantes»; eran personajes que aunaban la protesta con la música y la poesía más inspirada, reivindicativa y creativa; sus canciones convertidas en himnos resonaban por todas partes y con ellos y con nuestro juvenil ímpetu, empujamos al viejo régimen a desistir en su vergonzosa prolongación en aquella agonía dramática.
Había un ideal por el que luchar, traer de vuelta la democracia al país, y con ella las libertades cívicas que tanto echábamos de menos y por tanto tiempo. La «revolución» se instauró en las calles, en las tertulias, en los medios, en los institutos, en los centros de trabajo, en las universidades, y hubo actos violentos, sí, porque el lazo de la inercia a «dejad hacer/dejad pasar» era muy fuerte todavía en algunos estamentos de la sociedad española de aquellos primeros años de la década de los 70 del siglo pasado. Y hubo represión, dura, sin contemplaciones, y muchos visitaron las cárceles por sus ideas y por expresarlas. Pero había más que ganar que perder y sabíamos además que detrás teníamos a los mejores, músicos, poetas, intelectuales,escritores, directores de cine, periodistas...políticos en el exilio desde el que nos aseguraban que aquella lucha tendría irremediablemente un final, un final esperanzador, y que ganaríamos.
Lo repito, caminábamos hacia la incierta gloria sobre HOMBROS DE GIGANTES.
Ahora si echamos una mirada al presente gris de estos días, tan horro de buenas espectativas y con la duda y la angustia instaladas en nuestro quehacer diario, con una parte muy importante de la sociedad productiva en sus horas más bajas asediada por la pandemia del Covid-19, la juventud o parte de ella también se ha echado a la calle; y sí, hay violencia, y algaradas que incendian la noche de algunas de nuestras ciudades más emblemáticas, Madrid, Barcelona, Valencia...
Hay indignación y hartazgo, desilusión, algo de desesperanza y mucho cabreo. Promesas incumplidas, engaños...Todos o casi todos nos sentimos huérfanos, porque vemos cómo nuestros líderes políticos y religiosos son incapaces de mejorar su pésima gestión de este crisis que parece vino para quedarse largo tiempo, demasiado.
Sin embargo, la realidad que envuelve ambos aconteceres, la de los movimientos estudiantiles y obreros del mayo de 1968 y esta que nos ocupa y preocupa, es muy distinta, porque hoy en día escasean los referentes en los que podamos mirarnos y vernos como héroes de un porvenir que pedimos mejor, más justo.
Y es que, entre otras cosas, ya no hay líderes intelectuales que nos guíen con su sabiduría, ni «cantantes protesta» cuyos himnos iluminen las mentes y los corazones de los que salen a las calles a prenderle fuego a los contenedores y a pelearse con una papelera, mientras arrancan adoquines del pavimento para arrojárselos a los guardias, guardias que ya no «visten de gris» y que son producto de una sociedad democrática ampliamente respaldada por todo el mundo occidental.
Ahora, los referentes causa de este trajín son personas cuya poesía y música es la brutalidad hecha palabra, es el silabeo soez, la estética hecha lodo maloliente con el que enmierdar esta «noche oscura del alma» por la que transitamos.
Tampoco tenemos referentes en nuestros líderes políticos y religiosos...Muchos de estos últimos han demostrado fehacientemente su absoluta falta de fe, de esperanza y hasta de caridad subvirtiendo con su egoísmo los principios en los que está o debería estar basada toda su arquitectura piadosa. En cuanto a los líderes políticos, más de lo mismo. Ya no hay exiliados a los que admirar, sino cobardes fugados de la justicia; tampoco vemos honradez ni espíritu de servicio en otros que viendo el río revuelto, han sacado la caña a ver si pescan, y si pescan, que sea para su mesa y mantel de poder y para sus estómagos agradecidos.
Desde siempre, todo guerrero (no confundir con soldado, no es igual) ha necesitado para sus gestas un cantor que le ponga arte a su épica, un líder que lo conduzca y un fin digno en su batallar...y armas «sagradas» con las que salir a la batalla, la belleza, la inteligencia, el valor, y un dios al que entregar los frutos de la victoria... o el alma noblemente rendida ante la derrota.
Es así como se honraban los pueblos a sí mismos y a sus gestas. Ahora tenemos como trovadores a unos tipos escasos de neuronas que confunden la música con el berrear de los becerros, como líderes a traidores, cobardes, pillos y ladrones, todo esto enmarcado en un horizonte de libertad regalado en el que no hay deberes ni obligaciones; es un patio de monipodio en el que las ideas de amejoramiento del mundo huelgan y lo único que importa, al parecer, es tirarlo todo abajo para que del caos surja el Hombre nuevo....con el mismo ADN de su predecesor, con sus mimos errores, vicios, muros, exclusiones, un mundo egóico del que no obtendremos sino más de lo mismo.
John Lennon ya lo dijo en aquel legendario año de 1968: la única y verdadera revolución no es la cambiar el mundo, sino la que conlleve el cambio de ti mismo; lo demás, se nos dará por añadidura.