Tras
la cortina del deseo
se
adivinan
los
pies desnudos de mi amada.
Ella
me sabe,
quizá
me sueña en la luz esquiva
de
la hebra del relámpago.
A
veces oigo sus pasos
mientras
me late en el pecho
la
amargura.
Otras
veces me roba los espejos
de
mis manos,
los
arpegios a mis dedos,
adivinando
la sombra de mis sueños
tras
la piel de fuego de su llama.
Tú
me sabes, le confieso,
conoces
la sed áspera de mi anhelo,
la
atenta espera del que desespera
vigilando
a todas horas
por
lo tejados del alma
a
la gata de pupilas de aire y agua...
Hay
un arranque de tacones en la plaza.
Me
vuelves a dejar varado
en
el puerto sin el mar de tu recuerdo.
Ya
olas y palomas duermen en tu ausencia
y
el sexo de plata de la luna
se
esparce como licor derramado,
-¡tantas
veces ha ocurrido antes!-
sobre
tu cuerpo de espuma y de arena.