Desde que dedico parte de mis días a cortejar a la poesía, siempre me he preguntado si el poeta o "aprendiz de", debe necesariamente navegar por espacios de tristura para poemizar la realidad que le envuelve, ya sea por mares interiores o por paisajes robados a la realidad, o si por el contrario también encuentra belleza en la palabra aquella persona riente y enmarcada en esa felicidad que tanto se pregona en este mundo nuestro y en la que yo personalmente no creo mucho...
Sí pienso sin embargo, que de la bobería complaciente del que nada aborrece ni a nada aspira no se obtiene más que ripiosas imágenes de mundos que, por escasamente vividos y poco sufridos, apenas encajan con vida alguna; ni con la propia, ni mucho menos con las ajenas.
El sufrimiento correctamente asimilado, o sea, mirándolo cara a cara y siendo uno a su vez testigo fiel de su incómodo discurrir por las emociones, produce por extraño que parezca estados del alma en cierto modo placenteros y beneficiosos.
Con el dolor descubrimos la capacidad de "engañar" a la espesa condición humana. Esto sucede cuando nos sumergimos en todo aquello que daña el existir placentero al que todos aspiramos; en definitiva cuando los días no suben y bajan por el calendario a gusto nuestro. Entonces nace una necesidad nueva, la de mentirnos con elegancia, con el único ánimo de resistir y también de lucir ante los demás las heridas de la lucha entre el Destino terco y mi deseo de manejarlo a mi antojo.
De toda esa oscura lucha, si uno o una tiene las herramientas listas y el alma con las ventanas abiertas y en carne viva, nace el bendito placer -bañado quizá en cierto sadomasoquismo- de sobrevivir al sufrimiento, aún a sabiendas de que en esa guerra no se sale victorioso jamás; los dioses vencen siempre, pero no convencen nunca.
Todo ello me hace creer que es imprescindible cierto grado de oscuridad en el alma para que la poesía venga a la luz de la conciencia y reine en las tenebrosas parcelas de la sempiterna derrota humana. No nace por ventura la victoria en mares espejeantes de sol y tersos como paños de seda, sino más bien sobrenadando olas y vientos inmanejables que aterrorizan los sentidos y pliegan las velas del espíritu anonadándolo.
Concluyo y dicto para mí que en la inmensa mayoría de los casos, el artista encuentra en sus penas y desafíos acabados en derrotas la única medalla ganada -mejor diría arrancada- contra todo aquello que se opone al sueño imposible de estar vivo gobernando todos los sueños, uno a uno.