Os tiendo las manos y le cortáis el vuelo a mis dedos,
os ofrezco mis pies y le ponéis cerco al camino,
os presto mis ojos e incendiáis el cielo de miedos,
os regalo mis oídos e inundáis el mar de silencios,
vosotros, innobles magos señores de lo esclavo.
Apenas vais dejando resquicio alguno en vuestra tarea de ratas
a los que edificamos ilusiones, templos del hombre,
en medio de noches angostas con la luna trazando sombras
en cada esquina de la memoria,
con el viento oscuro de vuestra sinrazón a las espaldas.
Os empeñáis en marcar a fuego y hielo en nuestra frente
la rabia de este presente amputado.
Tomad lo que me va quedando: unos pobres versos,
versos del cordero futuro degollado
camino del matadero,
pastando los días del pasado herido por soles de ceniza,
rumiando esperanzas agónicas que se resisten
a apagar el verde, en donde ahora crecen rosas mudas
-tanto las amé, me dañaron tanto-
que desnudan hoy sin cuento ni pausa su olor amargo
sobre las aún fértiles hierbas del recuerdo.
Somos como corderos, de uno en uno o en tropel,
camino del matadero.
Me queda la soledad de esta hora sin número
y desde esta cueva de sombras que es hoy la palabra,
os vomito el hedor de vuestras promesas y engaños
que engendraron vuestros sueños de poder
sobre mis sueños rotos.
Retengo la luz negra de vuestra mirada
y la infame cicatriz de vuestro rostro en el espejo.
No perdono ni olvido, mientras la carne sea semilla del tiempo.
(La foto que acompaña al texto pertenece a Ben Goosseens)