Siempre que la primavera templa los cielos de mi tierra con la estimulante variedad de nubes, chubascos y hasta tormentas, me viene a la memoria la historia que acabé por plasmar en el papel electrónico de mi ordenata hace dos años. La titulé "tiempo tormentoso", porque esa es una de las pasiones que ponen guía a mis sueños desde hace más de 20 años.
Ya la he publicado en otros blogs, pero viendo que Julia no lo tiene en el nuestro y estando en el mes que estamos, me he decidido a volver a editarla aquí. Espero que os guste tanto como a mí me gustó el componerla.
Decía Lord Byron que salvo dejar de escribir, nada hay más difícil para un poeta que empezar a hacerlo. Y a fe que en esas estoy con demasiada frecuencia, aun a sabiendas de que el oficio me agrada. El oficio de escribir prosa, artículos, comentarios, "e-mails" y cosas así, que el de poeta me viene grande y desproporcionado.
De forma que ante las "presiones" por parte de mi compañera Maite -buen ángel me envió el buen Dios en el que no creo demasiado- e incluso del director de esta "santa casa" en la que me encuentro tan confortablemente instalado, me puse a rebuscar en mis papeles con escasa fe, dicho sea de paso, intentando ver si tenía algo aprovechable con que "cumplir" y de paso desentumecer el alma y airear las letras. Que falta me hace.
De lo demás, bien; gracias....
Y di con una cassette en la que constaba la grabación de una conversación que mantuve el pasado verano con mi colega y meteoloco Juan Marhuenda -alias "Twister" para los habituales de los foros de meteo en Internet- en una "kedada" que celebramos en Toledo todos los aficionados levantinos y castellano-manchegos con el noble propósito de hablar de la no menos noble ciencia de la Meteorología.
El motivo lúdico-turístico tampoco estaba descartado, como luego se vio.
Fue en el hall del hotel Edén.
Recuerdo que la noche ya pintaba estrellas y luceros por los ventanales y el momento se prestaba a las confidencias y comentarios tras la primera reunión del grupo minutos antes, en una de las dependencias municipales del propio Ayuntamiento toledano.
Había hambre y sed; y ganas de seguir hablando de todo aquello que tanto nos gusta y nos une, de los visajes del cielo, de los discursos del viento, de anticiclones y de borrascas, de la lluvia y de la nieve y de todo lo que sucede –previsto o no; si es imprevisto, mejor- en las alturas y a lo que cada día se le da más y más importancia.
Sentados como aquel que dice "casi en el aire" sobre el suelo de cristal bajo el cual se adivinaban algunas de las dependencias del local y confortablemente instalados ante una mesa bien surtida de güisquises, cervecicas frescas y otras componendas del comer y del beber, Juan fue desgranando ante la animada concurrencia que allí se daba cita el capítulo más notable de la historia todavía inacabada de sus múltiples correrías en pos de los fenómenos atmosféricos.
En concreto, su particular aventura de lo que le aconteció allá en su tierra manchega una calurosa tarde del temible verano de 2003.
Los valencianos Isabel Granados, Joan Planelles, y otros dos compañeros de cuyos nombres no guardo recuerdo, fueron testigos conmigo de lo que allí nos narró el bueno de Twister.
Así que cuando las lenguas ya estuvieron suficientemente engrasadas tras el gozoso moje en las bebidas y bien parapetados frente al calor que afuera del hotel se adivinaba, Juan empezó más o menos así :
El tumulto de las celebraciones me aturde siempre; quizá sea por la falta de costumbre. Una boda en la más estricta intimidad en la que además del cura, éramos tres frente al altar -como 7 meses después se pudo comprobar- y dos bautizos que despaché con cigarros puros en la misma puerta de mi casa avalan lo que digo.
Por lo demás soy un individuo bastante introspectivo, amante de Ana Cristina, mi esposa, de mis dos “pezqueñines” y de la soledad y el silencio que el campo me brinda cuando salgo por los alrededores de Bonagua, mi ciudad natal, a pastorear sueños y poemas ilegibles; ilegibles por imposibles; o al menos poco probables.
Pero a pesar de ello no podía faltar a la boda de Ernesto Esparza Nieto, mi amigo de la infancia; y con todo el sacrificio de que era capaz, asistí primero en la iglesia del Sagrado Corazón a la ceremonia religiosa y luego a los locales del restaurante Rambla. Allí nos hallábamos más de 300 comensales haciéndole los honores a las variopintas tapas que llenaban las mesas y cuyos restos aparecían ya esparcidos por todo el suelo.
Con cierto disimulo y aprovechando que Ernesto estaba manteniendo una animada charla con varios de sus familiares, salí fuera a fumarme un cigarrillo y a respirar un poco de libertad lejos del agobio del resto de los convidados, los cuales ya se pasaban decididos con los ánimos subidos y charlas en puro grito al café-copa-y puro, que se dice.
El restaurante Rambla está situado a unos 17 kms de Bonagua y a 30 de la capital, Ciudad Real, en medio de la planicie manchega. El lugar tiene el aspecto poco logrado de un castillo feudal bastante kitsch, de cuyo blancor tienen noticia los viajantes a decenas de kms a la redonda y que sirve como faro a la sed y al hambre del moderno caminante. Dedicado exclusivamente a este tipo de eventos, el dueño ganaba en bodorrios y bautizos más que suficiente para mantener a su numerosísima familia en la que entraban en nómina sus 5 hijos y no sé cuántos nietos....
Lo primero que noté ya en el exterior fue un calor excesivo, punzante, agobioso. Eché un vistazo al cielo y por poniente observé erectas columnas de cúmulos que ganaban altura con cierta rapidez. El cielo aparecía de un azul escandaloso, por lo que el blancor de las torres de agua destacaba de una forma muy cinematográfica en el cinemascope de la planicie manchega.
Como buen aficionado a la meteorología, aquello despertó en mí intuiciones dormidas en aquel largo y aburridísimo verano en el que hasta aquel día –un 24 de agosto a las 17’30 horas- no había habido novedades dignas de destacar en mi diario de bitácora como no fueran cielos monótonos de un azul clamoroso en su despejo tan huérfano de nubes; y calor, mucho calor.
Así que mientras mis pulmones tiraban del cigarrillo a la sombra verde de los plátanos que daban escolta al “salón de bodas y bautizos”,observé con grato interés aquel espectáculo celeste que desarrollaba su función ante mi ávida mirada.
Pero fue el calor tan asfixiante, tan picajoso, el que puso en acción a mis lentas neuronas; porque saliendo momentáneamente de aquel “éxtasis”, ciertas lucecitas de alarma se me empezaron a encender y me puse a atar cabos.
“¡Joer, qué bueno sería que aquellas almenas de agua cuajaran en algo esta noche!”- me dije todo entusiasmado.
Eché de menos estar en casa frente a mi “ordenata” consultando modelos de meteo, radares, opiniones de los amiguetes del foro....Pero no había excusa fácil para abandonar a mi amigo del alma en aquellas circunstancias tan especiales; así que tiré del móvil e intenté contactar con la “tribu” de aficionados bonagüenses que no éramos muchos, en realidad; apenas cuatro gatos que se suele decir...
El primer contactado fue Antoñín Rojas, el de la carpintería, que como era sábado no trabajaba.
-¡Ostias, tío, lo que te estás perdiendo!- fue su acalorado comentario.
-El radar muestra reflectividades amarillas –continuó informándome el bueno del carpintero- y en el modelo de 500 tenemos sobre nosotros una iso de –20º que puede dar bastante juego...
Una isoterma de –20ºC a esa altura (unos 5 kilómetros, metro arriba, metro abajo) podía ser explosiva. Pero fue el otro “meteoloco”, mi vecino Alfredo España, el que me emocionó con sus datos. Porque no sólo me confirmó los –20º de temperatura a 500hpa, sino que a su información añadió el alto índice de humedad en el modelo Hirlam de 700hpa ( a unos 2 kms y medio de altura aproximadamente) y la dirección del viento en esos niveles, de SW a NE.
Apagué el móvil y miré de nuevo al cielo.
¿Cuánto había durado aquella breve conversación con mis amigos? ¿Cinco minutos, diez...? Pues en aquel breve lapsus de tiempo la situación había cambiado sustancialmente.
Ya no eran incipientes cúmulos “congestus” los que ocupaban gran parte del poniente en la lejanía; ahora eran tres hermosísimos cumulonimbus de redondeces provocativas (¡ay, mi romanticismo, siempre tan morboso él...!) los que se me echaron encima cuando levanté los ojos a lo alto; allí estaban, sí, perfectamente alineados en lo que tenía todos los visos de ser una línea de turbonada.
Me alejé unos metros del edificio e intenté adivinar cual era la dirección del viento en superficie. No me fue difícil averiguarlo: soplaba con cierta intensidad del sur-sureste. Recordé aquella regla de los vientos que aprendí en un libro de meteorología que decía que si se cruzaban los vientos de superficie y de altura en ángulo recto, es clara señal de movimiento ciclónico.
La conclusión estaba clara; aquel colosal desfile aéreo podía terminar en aguas recias y en pedrisco, quizás.
A esto que salen del comedor varios invitados y una nube de chiquillos con las señales inequívocas en sus ropas de haber devorado dulces de chocolate.
Paco Esparza y Julián Almeda, hermano y sobrino del novio y de la novia respectivamente, se me paran delante y con cierta sorna a la que ya estoy bien acostumbrado me espetan directamente mientras auscultan aquel tropel de nubes que coronan nuestra presencia en el lugar.
-¿Qué, Juan, llueve o no llueve?- ironiza Paco
-Ahí dentro no hay quien viva; hace un calor del copón.....- añade Julián.-Ya ni el aire acondicionado compensa, ¡joder!.
Como respuesta, una violenta ráfaga de aire ardiente barre nuestros pies. La tolvanera de polvo asusta a los chicos que corren a refugiarse de nuevo al salón. Luego se volvió a hacer la calma mientras que el sol se ocultaba tras las enormes chimeneas de agua.
Ahora no corría ni una pizca de aire; con aquellos vapores gordos que empujaban hacia lo alto se respiraba una esperanza de tormenta.
-Será mejor que entremos. Esto parece que va a comenzar de un momento a otro- les dije a mis contertulios. Mientras nos retiramos, oigo sonar mi móvil; es Alfredo.
-¿Estás en el Rambla, ¿no? Pues te aconsejo que salgas de ahí a toda pastilla. El radar ya da “rojo,” más o menos sobre el pueblo, tío...¡Qué pena que no tenga un “doppler”, porque esto va en serio...!
De pronto en mi imaginación se me pinta la Rambla del Cortijo cercana al restaurante al que le da nombre. La carretera que une el establecimiento en donde estábamos y Bonagua atraviesa dicha rambla y se cuentan desgracias ocurridas allí en tardes o noches como esta en las que algún listillo, despreciando el peligro de cruzarla en pleno diluvio dio con su vida en el intento.
Pensando en si comunicarle o no al novio mis temores me topo con las hermanas Ramírez, Irene y Purificación, feas próximas al arquetipo y solteras de profesión con escasas perspectivas de cambio en sus vidas. Las acompañan tres damas más a las que sólo conozco de vista; éstas tampoco están por la labor y contemplan el beso arrebatador y el revuelco lascivo desde distancias cuasi infinitas.
A todas ellas se les nota contenticas; quizás un punto en exceso. Seguramente la boda las ha animado. Viven entre la ilusión y la desesperanza, mientras los años -que son como galgos corredores a esas alturas de la existencia- las persiguen por la cuestas cada vez más empinadas del calendario
-¡Hombre, Juan! ¡A ti te quería yo ver!- me dice Irene. –Anda, danos el parte, ¿lloverá o no lloverá?
Intento evadirme de tan comprometedora compaña y hago un aparte indisimulado con un amago de sacar el móvil una vez más...
Irene “me perdió” una Navidad hace casi 20 años por aquella estúpida manía de quererme hacer renunciar al tabaco. Estaba yo en pleno rito de iniciación y los “sin boquilla” que consumía me costaba horrores conseguirlos.
Desde aquellas fechas, el inhalar y expeler humos me depara un placer doble. Porque aquel juego de “te lo quito-te lo escondo” terminó como debía, ella en la sala de espera de la sacristía y yo, fumando como un tren –hablo de aquellos trenes oscuros como bestias mitológicas, con aquellos bigotes de humo a ras de rueda y luengas cabelleras negras al viento; los de ahora ya salen afeitados de fábrica- y con dos chavales en el Libro de Familia que se me tiran al bolsillo cada vez que viene una fiesta de las de guardar; que ahora son todas, por lo que se ve...
Y evidentemente, Ana Cristina sí fumaba
El coro de risas de las féminas ante mi apuro por darles un pronóstico sobre la situación fue un disparo general, pero no cumplió su curva natural de entonación; porque de pronto se alumbró la creciente oscuridad de la tarde ya capotona y cargada de plomo en su cenit, con un relámpago tan ancho y llameante que todos tuvimos que cerrar los ojos y dar una encogida como si nos echaran la luz encima.
Apenas se apagó el latigazo de luz, se hizo un silencio temeroso en espera del trueno que no tardó en llegar. Fue un restallazo de sonido que nos hizo vibrar los tímpanos hasta el dolor.
Corrimos al interior con el susto en el cuerpo; allí dentro las caras de los comensales denotaban que sentían lo mismo. Yo, sin podérmelo remediar, volví a salir; quería ver aquel teatro de los cielos y refugiándome en el porche me dispuse a gozar.
Mientras buscaba nerviosamente otro cigarrillo que me calmara un tanto la tremenda excitación que experimentaba, pensaba yo que hay gustos para todos los paladares y aquel era muy mío.
El placer casi sensual, religioso añadiría yo, que todo aquello me despertaba posiblemente comenzó cierta tarde de cine allá por las páginas de mi infancia, en la que mi fe en el Padre Thor se fortaleció viendo a Charlton Heston separar las aguas del Mar Rojo bajo un espectacular y caótico cielo de tormenta en el cine Capitol; con el estúpido del faraón, por cierto, pisándole los talones a todos los escribas y profetas de la Torá.
¡Joer, qué escena de meteolocura aquella...!
Mientras pasaban por mi mente aquellas agradables recordativas a las que con tanta fruición prendí de nuevo fuego en mi memoria, sentí que los truenos y los relámpagos iban aconteciendo con una frecuencia cada vez mayor y lo demás no tardaría mucho en llegar; lo demás podía ser espantoso si Dios o Thor, o los dos al unísono no lo remediaban; porque a esas alturas del drama, el miedo era ya mucho y las perspectivas de que la tormenta amainase pocas.
No me dio tiempo para encender otro cigarrillo en honor de Irene Ramírez, porque en aquel mismo instante empezó el bombardeo.
La gente en el interior gritaba:¡¡Granizo, es granizo!!.....
Pero no era sólo eso.
Una piedra de hielo del tamaño de un huevo de pavo cayó a mis pies. ¡Debía medir casi 10 cm.!
Miles de ellas empezaron a atronar el aire mientras impactaban con suma violencia sobre todo lo que se ponía a su paso. La sensación de indefensión era insoportable. Se oían por todas partes los ruidos de los cristales rotos; eran las ventanas del restaurante, los letreros luminosos, los parabrisas y ventanas de los coches...
No tardó la lluvia en hacer acto de presencia, pero aquello era “más que lluvia”....Eran tan espesas las cortinas de agua, que me hicieron pensar en algo así como un vaciado urgente de los cielos; a su través apenas se veía nada.
A esto que el viento se puso a arreciar de tal manera que la chapa de uralita del aparcamiento voló hacia la oscuridad de los cielos y jamás se supo más de ella.
Temiendo que al tejadillo del porche bajo el que me cobijaba le ocurriera más de lo mismo, abandoné el observatorio y me refugié con todos los demás en el interior del comedor. Los comensales allí se apiñaban formando grupos atemorizados, envueltos en una semipenumbra sólo rota por las llamas vacilantes de algunos mecheros y la luz violácea de los relámpagos que se colaba por las ventanas destrozadas.
Voces pidiendo calma se mezclaban con el griterío de los más pequeños y los llantos de las mujeres asustadas. Algunos hombres enloquecidos por el terror quisieron abandonar el salón con la intención de hacerse con su propio vehículo y huir de allí.
La mayoría fueron disuadidos por los que aún manteníamos algún gramo de cordura en aquella espantosa situación; pero a pesar de nuestros esfuerzos hubo quien logró salir afuera buscando desesperadamente su automóvil.
Por sus gritos de dolor supimos que no hubo éxito alguno en su loco intento; los enormes trozos de granizo les hicieron diana y tuvieron que volver, mientras la sangre manaba escandalosamente de manos y cabezas..
Sin embargo algo dentro de mí me decía que siendo tan absolutamente terrible todo lo que estaba aconteciendo a nuestro alrededor, lo peor estaba por llegar. Me llegué a una de las destrozadas ventanas y me asomé sin saber a ciencia cierta qué esperaba ver.
Otros hicieron lo mismo que yo, quizás porque sabían de mi afición a la meteorología y esperaban algún pronóstico esperanzador con respecto a lo que, según ellos, mis ojos podrían vislumbrar y que para los suyos permanecía oculto en su ignorancia.
Y entonces la vi, la sentí, estaba allí.
Tuve la certeza de la bestia; su canto de locura me tuvo pegado a la ventana hasta que los demás también la vieron.
En medio del fragor de la tormenta, entre los relámpagos que sin pausa se encendían arropados por los truenos más espantosos jamás oídos por mí, allá un poco lejos pero al parecer acercándosenos, entreví la figura temible de un tornado, negro como la noche, girando sobre sí mismo, tragándoselo todo a su paso.
(By courtesy of Shlevs, Prince of Storms)
viernes, 23 de mayo de 2008
miércoles, 21 de mayo de 2008
Miel
Si me estás viendo, en realidad no es tal cosa,
que me escondo tras la apariencia del placer,
que soy una y no dos, lengua y tacto,
alimento, sal, vino, agua, pan y cielo,
porque me sueño en las apariencias,
porque vivo entre mis piernas o entre las tuyas,
porque el camino de tus sueños
lo sueño yo cuando me places y me complazco,
cuando me pierdo en tu trono, reina mía,
cuando me inclino y te beso en el rostro,
dulce como la miel, yo abeja, tu panal,
faz que habita la más habitable de las pesadillas.
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