domingo, 13 de octubre de 2024

Happy together

 


Y fueron felices -y fuimos felices- y se comieron todas las perdices habidas y por haber, perdices que compartieron con millones y que devoramos con el hambre atrasada de decenios paridos en un país cuartelario recién salido de "otra" guerra, con sus trágicas páginas llenas odio, vergüenza y estampas en gris y luego sepia. Y sabido es que más tarde se separaron, como tantos otros y otras, se dijeron adiós y las puertas del Paraíso se cerraron con estrépito...Nevermore, que diría Poe y su diabólico cuervo.

Se intentó por todos los medios que aquel divorcio fuese un hasta luego; se pergeñaron leyendas, se erigieron altares, se levantaron iglesias con las columnas de sus bellos decibelios, se alzaron apóstoles de la causa y se entronizó al Sargento Pepper como supremo pontífice de la religión del Club de los Corazones Solitarios, pero por esta vez los evangelios no anunciaron resurrección posible y todos, absolutamente todos, fuimos condenados a vagar por los reinos de la nostalgia durante un tiempo...Hasta que volvió a amanecer y a anochecer mil veces mil, pero por la Callejuela del Penique ya no paseaba nadie; tampoco la muerte faltó a la cita y por dos veces llamó a las puertas del olvido, ese infierno del hombre a donde todos, absolutamente todos, estamos abocados sin remedio...
Pero los que ya peinamos canas y estamos alcanzando las cimas del calendario de las edades, podemos declarar con justeza y llenos de razón y sentimiento, que tocamos el velo de la belleza y casi se lo levantamos con impúdicas manos, cuando nos sentimos rescatados del orfanato de la mediocridad sonora y nos trasladaron a los abundantes y feraces Campos de Fresas, donde nada era real, sí, pero nos importaba un comino, porque más allá de sus melenas, de sus equilibrios musicales, de sus excéntricas poses, estaba ese cielo donde manaba la abundancia y el delirio...Luego, ocho años más tardes, las luces del salón se apagaron, las perdices se acabaron, la dama se nos marchó con otro -y el príncipe se fugó con la corista, chicas- la inocencia se marchitó y amaneció otro lunes cualquiera.
Ahora nos sentamos a escucharlos con devoción, les pasamos las copias a los hijos y nietos, les contamos batallitas de aquel sublime tiempo no exento de riesgos en el que el mundo fue joven, muy joven; pero ya nada es igual, porque aquellos dioses eran nuestro pan y nuestro vino, pan y vino que devoramos y que con las migajas que quedaron sólo se amasan recuerdos que poco a poco van perdiendo el color, y que ya huelen a historia en sepia.
Con nuestro propio adiós, cuando sea que acontezca, la historia, la grande y general historia de nuestros días pondrá el último compás, la postrera nota; y entonces sí, es posible que del polvo enamorado de aquellos cuatro locos y de nuestra enamorada memoria surja alguna melodía interminable...I want to believe.... 


domingo, 15 de septiembre de 2024

Mi hermano del alma se me fue a los cielos

 

- ¿Está Bartolo?

Ni aldaba, ni timbre, ni pestillo que asegurase la puerta, adentro se oía la voz de su «mamítami» que invitaba a pasar; porque Bartolo estaba, como todos los días de aquellos veranos venturosos, esperando a la peña para salir a jugar a los juegos creados por nuestra fértil y casi recién estrenada imaginación.

He dejado pasar unos días esperando que los ecos elogiosos y elegíacos se apagasen de tanta gente que tanto te quiso y respetó, para aventurarme a ponerte por aquí unas letricas y bucear en los gruesos retazos que de ti guardo en mi memoria, episodios vitales vividos por mí junto al que fue más que un amigo, mi iniciador en la lectura, en el cine, el de las charlas académicas -paseo arriba/paseo abajo y vueltas y más vueltas- que me hicieron universitario sin haber pisado la Facultad, mi psicólogo y confidente cuando la vida se me puso muy cuesta arriba, mi hermano de lo vivido y dicho (tanto hablamos, de todo lo humano y divino y más allá..) aunque nos parieron madres distintas.

Me he quedado muy solo, Bartolo, mudo y sin saber a quién remitir la palabra sustantiva y calificativa con la que coincidíamos casi siempre cuando conversábamos sobre cualquier asunto al que nuestra curiosidad nos empujaba, sin la escucha atenta que tantas veces me prestabas y los sabios consejos que me regalabas. A ver dónde derramo yo ahora mi inquieta y a veces (así me lo decías) romántica forma de ver la vida y sus gentes, mis aventuras literarias, mis impresiones cinematográficas, nuestra biografía de juegos, celebraciones y penas...

Ayer me acordé de Manolo (¡cómo le queríamos!) mientras paseaba por la Atalaya; me vino el recuerdo de aquellas maldiciones que gritábamos contra todo y contra todos desde la cumbre airosa en la que tiene su hogar la patrona ciezana. Sin voto ni tendencia reconocida, no adscritos a corriente alguna ni a personaje ya fuere humano o divino, nos desahogábamos «a grito pelao» llenando el aire de nuestro natural inconformismo y en cierto modo revolucionario....En esta sociedad de hoy en día, basta con dudar de todo para serlo, ¿verdad?

Ahora ya sois dos; a ver si desde el Cielo y alzando el grito en compañía de algunos ángeles de nuestra cuerda y nuestro común sentir, rompéis la negritud (tú añadirías la vulgaridad) de estos tiempos que pretenden acabar con todo lo bueno, bello y justo del mundo que ambos conocisteis y que yo compartí con vosotros. Y si dos sois pocos, hacedme un hueco en el coro que uno, sin prisas pero sin pausas, ya mira horizontes aún lejanos, quizá, pero ciertos, añorando vuestra compañía.

- ¿Está Bartolo?

La Antonia, la «mamítami», contesta con su voz clara a pesar de la distancia:

-¡Pasa, Pedro Luis!

Nos separa el tiempo, pero tu reloj está ahora parado y el mío corre ya que se las pira. Espérame, hermano, que nos quedaron muchas cosas de que hablar. Terminaremos por arreglar el mundo, ya verás.

 

sábado, 27 de julio de 2024

Divina rutina

Salir bien "trempano" al amor breve de la fresca de la mañana, calzarse las alpargatas de andar, meter agua en abundancia en la mochila, una manzana o un melacatón recién sacado del frigo, calarse la gorra p'a que el sol no hiera y luego, al compás de las piernas, despejar los pulmones de flema y darle al corazón ritmo de marcha, un-dos, un-dos...

Luego llegas de vuelta al hogar, cansaíco, atorao de calor y bañaíco en sudor, te duchas, te vistes, te pones desodorante bajo los sobacos, te peinas si aún tienes pelos en la azotea e inmediatamente te sientas en tu rincón preferido de tu casa y te abres una birra bien fresquita.Escancias en un vaso el rubio licor bigoteado de espuma (un dedo, no más), das el primer sorbo con los ojicos cerraos de gusto y rezas una simple y sincera oración: Gracias, muchas gracias.


 

miércoles, 8 de mayo de 2024

Estad en vela


 

Se había despertado en plena madrugada y sintió que el sueño había huido del lecho, así que sin saber qué hacer a aquella hora intempestiva de la noche, se sentó en la cama mientras contemplaba en silencio los cientos de ventanas de los edificios que tenía enfrente.

Muchas de aquellas ventanas estaban iluminadas, lo que le hizo pensar que posiblemente tal como a ella le había ocurrido, el insomnio les había sorprendido en mitad de la noche despabilando a gentes que no teniendo otra cosa que hacer ante la imposibilidad de volver a conciliar el sueño, se hallaban ahora como ella sentados en sus lechos contemplando la multitud de luces de las otras ventanas de los edificios cercanos.

Una rara sensación de irrealidad le llenó por unos instantes.. «Nos vigilamos, yo a ti y tú a mí; somos testigos en vela del momento; aquí estamos, tú, yo y todos, esperando volver a sumirnos en la inconsciencia, esperando que el dios del sueño acuda a nuestra alcoba y nos meza en sus brazos...»

Los habitantes de aquella bizarra colectividad nocturna se observaban sin ser vistos desde la distancia amparados en la oscuridad que resguardaba su absoluto anonimato, pensando los unos en los otros, imaginándose formas, figuras, rostros, intentando adivinar qué pensamientos, sentimientos o emociones adornaban su desvelo.

«¿Cómo me piensas, qué forma me das?». Su mirada recorría las ventanas con luz y un misterioso halo de descubrimiento se abría poco a poco en su interior. «Tú eres el Otro y yo lo soy para ti, el desconocido, la desconocida, tan lejos tú de mí y yo de ti, y sin embargo tan cerca, ¿verdad?»

Muy probablemente a muchos de ellos y ellas se los había cruzado cada día por la calle, en los pasos de peatones, en el super, en la peluquería, pero nunca se había detenido a hablarles, a dedicarles un «buenos días o buenas tardes o noches»; eran personajes anónimos que conformaban su paisaje urbano diario pero a los que casi nunca les había prestado un mínimo de atención, actitud mutua que todos compartían entre todos a todas horas, todos los días...

Pero ahí estaban, todos ellos, yo con ellos y ellos conmigo, sin tener conocimiento de que nuestros ojos, los míos y los suyos, escudriñaban al vecino y quizá entonces todos, ellos y yo, estábamos dedicándonos por vez primera a descubrirnos, a saber que «ahí afuera» hay gentes huérfanas por una noche del sueño que nos descansa, nos oculta, nos evade, nos refugia y nos entrena para eso que algunos califican como El Gran Silencio.

Por eso le sorprendió cuando de pronto y desde el silencio de aquella hora en la que extrañamente la vigilia había apartado al sueño, se vio a sí misma hablándoles a todos ellos con palabras que le surgían desde muy dentro.

Sus labios apenas se movían y las palabras salían de su boca como por ensalmo, suavemente, mezcladas con silencios dulces que en algún lugar muy dentro de ella, un lugar muy suyo y desconocido hasta ese momento, algo muy íntimo de cuya existencia nunca antes había sospechado siquiera estaba deleitándose de aquel íntimo discurso con un placer cercano al éxtasis que la inundaba hasta las lagrimas.

Eran palabras nacidas de un amor extraño del que jamás antes fue consciente, que pretendía llegar a todos aquellos que envueltos en la luz tenue de la madrugada y sentados en sus lechos, despiertos, estaban viviendo y compartiendo el singular hecho de estar comunicados por un mismo sentimiento a través del aire insomne que recorría la noche.

Una sensación de intimidad, de pertenencia, de vidas compartidas en definitiva se instaló en su pecho y el corazón respondió con latidos más acelerados y profundos.

El amanecer abrió sus puertas a un nuevo día y Elsa salió a la calle como todos los días a desayunar en el bar de la esquina, al trabajo, al trajín diario al que malamente estaba acostumbrada.

Pero ya todo no era igual.

Alguien pasó por su lado, lo miró fijamente a los ojos y le estampó un sonoro «buenos días». Quizá he sido un poco brusca, se dijo. Al instante, una amplia sonrisa se dibujó en su boca. Un primer paso, se dijo, un escalón subido. Seguro que quedaban más, muchos más, pero empezar a subir es ya un poco como haber alcanzado la cumbre, se dijo.

 

 

miércoles, 1 de mayo de 2024

El eterno presente

La visión mística - Erwin Schrödinger, Premio Nobel de física:

La situación concreta que se describe a continuación podría ser sustituida por cualquier otra con idéntico resultado; no tiene otro objetivo que hacernos ver que hay situaciones que necesitan ser experimentadas, y para las que no resulta suficiente un puro conocimiento conceptual.

Supongamos que estoy sentado en un tronco junto a un sendero en una región de alta montaña. Estoy rodeado de laderas cubiertas de hierba, de las que emergen aquí y allí abruptamente algunas rocas; en la ladera opuesta del valle diviso un pedregal entreverado escasamente de arbustos de abedules. A ambos lados del valle, la vegetación trepa en pendientes escarpadas hasta alcanzar la línea de pastos donde cesa el arbolado; enfrente, remontándose desde las honduras del valle, se yergue poderoso un pico, de cuya cumbre desciende un glaciar entre suaves hondonadas cubiertas de nieve y agudas aristas rocosas, que en este momento acarician, tiñéndolas de un suave color rosa, los últimos rayos del sol poniente, destacándose todo ello en maravilloso contraste sobre el fondo azul, pálido y transparente, del cielo. Según la forma ordinaria que tenemos de ver las cosas, todo eso que estoy viendo ha estado ahí durante miles de años antes de ahora, fuera de algunos cambios sin importancia. Dentro de algún tiempo, no mucho, yo habré dejado de existir, y esos bosques, esas rocas y ese cielo seguirán estando ahí más o menos igual durante miles de años después de que yo haya desaparecido.

¿Qué es lo que me ha sacado de la nada de un modo tan repentino, a fin de gozar por tan corto rato de un espectáculo al que resulto absolutamente indiferente? Las condiciones que han permitido que yo exista son casi tan antiguas como las rocas que contemplo. Durante miles de años, me han precedido otros hombres que se han esforzado, han sufrido, han engendrado, y otras mujeres que han parido a sus hijos con dolor. Tal vez hace cien años estuvo aquí mismo sentado otro hombre, y como yo, estuvo mirando a esa luz feneciente reflejarse en el glaciar, sintiéndose entre nostálgico y sobrecogido en su corazón. Como yo, había sido engendrado por un hombre y había sido parido por una mujer. Había sentido penas y breves alegrías en su vida, como yo mismo. ¿Era alguien distinto de mí? ¿No era tal vez yo mismo? ¿En qué consiste mi yo? ¿Qué condiciones fueron necesarias para que lo concebido esta vez fuera yo, justamente yo y no otro? ¿Qué significado científico claramente inteligible puede realmente corresponder a ese “otro”? Si mi madre hubiese vivido con otra persona distinta de mi padre y hubiese tenido de él un hijo, y mi padre hubiese hecho otro tanto, ¿habría yo llegado a ser? ¿O es que acaso vivía yo ya en ellos, y en los padres de mis padres, y así sucesivamente, desde hace miles de años? E incluso si fuera así, ¿por qué yo no soy mi hermano, o por qué mi hermano no es yo, o no soy yo alguno de mis primos lejanos? ¿Qué es lo que justifica el que nos empeñemos tan obstinadamente en descubrir esa diferencia - la diferencia entre mi propio yo y los demás - cuando objetivamente lo que hay en todos es la misma cosa?

Al pensar y ver las cosas de esta manera, es posible que de pronto caigamos en la cuenta de la profunda verdad que alberga la convicción básica del Vedanta: no es posible que esa unidad de conocimiento, de sentimiento y de decisiones a la que llamamos el propio yo haya saltado de la nada al ser en un momento dado hace apenas un poco de tiempo; más bien, ese conocimiento, sentimiento y decisión son en lo esencial eternos, inmutables y numéricamente unos y los mismos en todos los seres humanos, más aún, en todos los seres dotados de sensibilidad. Pero no en el sentido de que cada uno de nosotros sea una parte o una porción de un ser infinito y eterno, o un aspecto o modificación del mismo, como en el panteísmo de Spinoza. Porque entonces seguiríamos topándonos con la misma pregunta embarazosa: ¿qué parte o qué aspecto soy yo? ¿Qué es lo que objetivamente me diferencia de los demás? No es eso, sino que, por inconcebible que resulte a nuestra razón ordinaria, todos nosotros - y todos los demás seres conscientes en cuanto tales - estamos todos en todos. De modo que la vida que cada uno de nosotros vive no es meramente una porción de la existencia total, sino que en cierto sentido es el todo; únicamente, que ese todo no se deja abarcar con una sola mirada. Eso es lo que, como sabemos, expresa esa fórmula mística sagrada de los brahmines, que es no obstante tan clara y tan sencilla: Tat twan asi, eso eres tú. O también, lo que significan expresiones como: “Yo estoy en el este y en el oeste, yo estoy encima y debajo, yo soy el mundo entero.” Podemos, pues, tumbarnos sobre el suelo y estirarnos sobre la Madre Tierra con la absoluta certeza de ser una sola y misma cosa con ella y ella con nosotros. Nuestros cimientos son tan firmes e inconmovibles como los suyos; de hecho, mil veces más firmes y más inconmovibles. Tan seguro como que mañana seré engullido por ella, con igual seguridad volverá a darme de nuevo a luz un día para enfrentarme a nuevos trabajos y padecimientos. Y no solamente “un día”: ahora, hoy, cada día, me da a luz continuamente, no ya una vez, sino miles y miles de veces, lo mismo que me va devorando miles de veces cada día. Porque eternamente, y siempre, no existe más que ahora, un único y mismo ahora; el presente es lo único que no tiene fin.”

 


 

viernes, 26 de abril de 2024

Hello-good bye, Mr Masoq

Aquella mañana me levanté de la cama aturdido y con los sentidos entumecidos después de repasar las sábanas hora tras hora, insomne toda la noche. El dolor de su ausencia se amuralló en mi soledad durante las oscuras horas, hasta que vi un resquicio de luz que se colaba por la ventana. Había amanecido un nuevo día, otra jornada amarrado al dolor, supuse.

Entonces ocurrió que mientras la abría, la pena se me escapó de las manos del alma y salió volando hacia la luz de la mañana.

Intenté sujetarla con desespero pero fue inútil mi esfuerzo, al tiempo que comencé a sentir un extraño y creciente gozo al ver cómo la primavera entraba sin permiso en la estancia, ocupando el hueco de la pena amarga que la oscuridad había dejado en su huida.

 

 

miércoles, 24 de enero de 2024

Hécate, el río, la noche (poema gótico)


 

La invisible mano de aire del viento

descorrió la cortina de las nubes,

y una Hécate desnuda y pálida dejóse ver

acudiendo finalmente a la cita.

La noche se lo anunció al río y este espejeó

con la luz tenue de la aparecida.

Un amor oscuro e invisible rizó las aguas

y violetas negras surgieron

al compás de tristísimas melodías.

 

El silencio se pobló de fantasmales presencias

y en la soledad de aquellas horas,

un poso de amor mago y antiguo

cubrió el lugar de palabras jamás oídas y de caricias

que sólo los amantes ausentes sienten y comparten.

 

La noche recibió el abrazo de la diosa

y el río fue testigo de aquella arcana ceremonia.

Poco después el fuego celoso del amanecer

apagó el idilio nocturno con su ardiente presencia.

 

La noche se refugió en su memoria de sombras,

el río rompió con sus luces de agua el día

y Hécate rodó por los cielos, bajó por la mañana

hasta perderse por el horizonte, huyó del fuego

que la ocultaba y esperó, confiada y soñadora,

a que las rosas rojas del atardecer

la vistieran de nuevo con el oscuro rubor

de la amante que se sabe deseada,

con el río como testigo con su memoria de agua.

 

Bajo el manto de la noche e incrustados en ella,

la diosa vio cruzar la negra cúpula con su ancestral galope

a un sinfín de caballos minerales enjaezados de estrellas.