Se intentó por todos los medios que aquel divorcio fuese un hasta luego; se pergeñaron leyendas, se erigieron altares, se levantaron iglesias con las columnas de sus bellos decibelios, se alzaron apóstoles de la causa y se entronizó al Sargento Pepper como supremo pontífice de la religión del Club de los Corazones Solitarios, pero por esta vez los evangelios no anunciaron resurrección posible y todos, absolutamente todos, fuimos condenados a vagar por los reinos de la nostalgia durante un tiempo...Hasta que volvió a amanecer y a anochecer mil veces mil, pero por la Callejuela del Penique ya no paseaba nadie; tampoco la muerte faltó a la cita y por dos veces llamó a las puertas del olvido, ese infierno del hombre a donde todos, absolutamente todos, estamos abocados sin remedio...
Pero los que ya peinamos canas y estamos alcanzando las cimas del calendario de las edades, podemos declarar con justeza y llenos de razón y sentimiento, que tocamos el velo de la belleza y casi se lo levantamos con impúdicas manos, cuando nos sentimos rescatados del orfanato de la mediocridad sonora y nos trasladaron a los abundantes y feraces Campos de Fresas, donde nada era real, sí, pero nos importaba un comino, porque más allá de sus melenas, de sus equilibrios musicales, de sus excéntricas poses, estaba ese cielo donde manaba la abundancia y el delirio...Luego, ocho años más tardes, las luces del salón se apagaron, las perdices se acabaron, la dama se nos marchó con otro -y el príncipe se fugó con la corista, chicas- la inocencia se marchitó y amaneció otro lunes cualquiera.
Ahora nos sentamos a escucharlos con devoción, les pasamos las copias a los hijos y nietos, les contamos batallitas de aquel sublime tiempo no exento de riesgos en el que el mundo fue joven, muy joven; pero ya nada es igual, porque aquellos dioses eran nuestro pan y nuestro vino, pan y vino que devoramos y que con las migajas que quedaron sólo se amasan recuerdos que poco a poco van perdiendo el color, y que ya huelen a historia en sepia.
Con nuestro propio adiós, cuando sea que acontezca, la historia, la grande y general historia de nuestros días pondrá el último compás, la postrera nota; y entonces sí, es posible que del polvo enamorado de aquellos cuatro locos y de nuestra enamorada memoria surja alguna melodía interminable...I want to believe....