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No hubo quien escuchara sus razones
y su aliento se confundió con la niebla de aquella noche.
No hubo quien le llorara
y su grito postrero conformó el silencio de aquella noche.
No hubo quien lo echara a faltar
y la duda creció junto al trigo negro en aquella noche.
No hubo quien cortara el dogal que ornaba su dulce cuello
y su lengua lamió las lágrimas encendidas de aquella noche.
No hubo quien pronunciara una oración
y las piedras lo acogieron con su sordo entrechocar aquella noche.
No hubo quien cantara su canción
y el viento arrulló el sueño de diamantes de aquella noche.
No hubo quien le iniciara en el amor
y sus brazos yertos abrazaron el vacío de aquella noche.
No hubo túnica desechada por sortear
y el cuchillo de la luna rasgó con su lámina de luz
el manto de la noche.
No hubo quien arara su campo de ilusiones
y su mano inmóvil cosechó el rocío cuajado de la noche.
La Duda abandonó el duelo ocupando su lugar el sueño.
La Verdad no acudió a la cita;
sólo se escuchaba el viento.
Ni un amigo que lo recordara,
ni un sendero que lo guiara,
ni letrero que lo identificara.
La vida traspasó el quicio
y la noche preñó a la nada.
El día despertó la sombra del árbol
con su lazo y su muerto.
Dios llamaba a juicio.