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Hay veces, como esta tarde,
en que detengo mi verso ante tu mirada
y me dejo avasallar por tus pupilas,
hasta que sin proponértelo tú
ni desearlo yo,
desvelas las estancias más umbrías
de mi memoria.
Aquellas que decoré
con promesas atadas a mis labios,
llenas de todo aquello
que siempre te quise dar
sin que me lo reclamasen tus besos.
Siento entonces sumergirse en mi carne
el áspero cuchillo de los días,
cuando mi voz era
la suave ladera de tu conciencia,
mi nombre tuyo,
tu imagen mía,
y vuelvo a vivir aquella maldita hora
en que me descubriste deambulando,
solo y con el fuego de Hefestos en las manos,
alumbrando soles de medianoche
y lunas de mediodía.