sábado, 24 de diciembre de 2011

Sacralidad


Es lo que ocurre cuando la religión -cualquier religión- baja la guardia y entrega sus lugares de culto a aquellos que, desconociendo la profundidad de lo sagrado, se enfangan con algo que les es ajeno. Y claro, el resultado dista mucho de ser satisfactorio para todos aquellos que creemos que el espíritu de la religión requiere una cierta profundidad en la experiencia -ésta la suele dar el sufrimiento consciente; en definitiva, la vida larga e intensamente vivida- y un respeto por el misterio en el que estamos encarnados y que se manifiesta tras el velo de la imaginación que se alza en los templos y lugares de culto dedicados a la divinidad; cualquier divinidad. No hablo de creyentes y de no creyentes; después de todo, todos somos creyentes; todos tenemos un índice de postulados a los que adoramos y en los que tenemos depositada la fe más entrañable e íntima.

Hablo de la imaginación, del vuelo del espíritu y del reposo y asombro del alma que un templo -cualquier templo de cualquier religión- debe despertar en aquel o aquella que acude a sus estancias en busca de las respuestas que nadie encontró jamás, aunque las preguntas siguen siendo las mismas siglo tras siglo, milenio tras milenio.

Y desde luego y bajo mi punto de vista, el nuevo templo ciezano, ese juguete kitsch de caramelo y nata montada por donde revolotean las hadas menudas de lo liviano y de la superficialidad, no se asemeja en nada a lo que uno andaría buscando en el caso de querer orar al Dios oculto y escondido de los místicos renacentistas; ese Dios que reside en los entresijos de la vida común, en las cosas pequeñas y diarias, pero que sin embargo a través de ellas nos muestra nuestra insignificancia y nuestra inmensa pobreza, despertando en todos y cada uno de nosotros cierta perspectiva tolerante y amplia de miras con respecto a nuestros heroicos esfuerzos por conocer lo que no puede ser conocido, y convertirnos no obstante en aquello que no podemos ni sospechamos ser.

La religión y sus templos esconden su sacralidad al profano huero de imaginación – probablemente la enfermedad de nuestro tiempo, origen y causa de tanto sufrimiento emocional- y la muestran a todo aquel que se hace pequeño y humilde, a la persona que es capaz de sentirse impura pero inocente a la vez (la religión debe estar llena de paradojas; si no, se queda en ciencia y teología), viajera inmisericorde del infierno de Dante y habitante a veces de los estremecedores sótanos de Sade...

Quizá por eso, los hacedores de la iglesia ciezana, ignorantes de lo que esconde la cueva del misterio y de la imaginación que debe ser un templo, puros, etéreos, divinos y devotos al parecer de Agata R. de la Prada, se revistieron de una incomprensible autoridad axfisiada de vanidad y de egolatría y se pusieron manos a la obra dispuestos a volcar en el lugar todo lo que de intrascendente, vulgar y ramplón tienen estos tiempos grises. Así que vistieron de claridad cegadora el atrio y la luz se hizo: todo está nítido ahora, todo está explicado y Dios es tan pequeño y tan cercano como un dibujo animado.

El lugar es tan limpio, tan mono y tan aséptico, que juraría que allí mismo se podría montar un quirófano en donde poder operarnos del corazón enfermo del que tanto nos condolemos en estos tiempos.
Saldríamos todos curados, con el plástico latiendo en nuestro pecho y un pirulí de menta y fresa en la boca.

domingo, 18 de diciembre de 2011

lunes, 12 de diciembre de 2011

Náufragos


Sobrevivo apenas entre ola y ola
en esta mar de la tristeza,
surcado por emociones oscuras
con el viento negro
de la noche en sus velas.
La luna apenas alumbra
mis saturnales insomnios,
mientras navego por aguas
que inundan tierras de fuego;
Ulises de nuevo cegado por los astros,
luciérnagas esquivas
que delicadamente ahogan
su tiempo de espera
y sus más delicados sueños.

(La foto que acompaña al poema es de Marius Romila)

sábado, 10 de diciembre de 2011

Mundo especular



Degustando las exquisitas viandas que ocupaban la mesita en donde estábamos -debo añadir en mi honor, que regadas en nuestro paladar por buenos tragos de un estupendo vino español traído por mí desde España- lord Charles Walshaw Amygrave y éste que os habla, celebrábamos el comienzo del otoño a la amable luz del atardecer que se desarrollaba con todo su esplendor ante nuestra vista.

Se auguraba una noche templada, siempre que el viento inglés permaneciese callado como hasta ese momento; de esta manera, la velada en la terraza del palacete de mi amigo a las afueras de Kentbridge se presentaba del todo punto confortable y tranquila.
Los temas se sucedían sin prisa y sin pausa, por lo que la conversación se deslizaba sin trabas por las horas de la anochecida.

- ¿Qué sabe mi buen amigo español del llamado "mundo especular"? Supongo que nada o muy poco, ¿verdad?
- Aciertas, Charles. Pero no me iré de aquí antes de que me expliques ese concepto - le aclaré a mi amigo.

Lord Amygrave se levantó y se acercó a la baranda que nos separaba del prado que se extendía ante nuestra vista. Ya andábamos por los postres y la copa de brandy bailaba en sus manos. Sin mirarme, con sus ojos puestos sobre la creciente oscuridad de la joven noche, mi contertulio me abrió su más íntima fe.

- Mi yo abarca todo lo que mis sentidos y mi intelecto me ofrecen. Todo soy yo mismo, todo es mi creación; de esta forma, cuando contemplo a las criaturas que me rodean me estoy viendo a mí mismo, porque todo absolutamente nace en mí y de mí. ¿Curioso, no es así? Si juzgo a las personas, me juzgo a mí, si disfruto con ellas, disfruto conmigo mismo, si me entristece el mundo es meramente el reflejo de mi tristeza; dos espejos que se miran mudos en medio de la nada. Yo sostengo a la creación toda con mi conciencia sobre ella; hasta tal punto es esto cierto que cuando yo deje de existir, el universo, sin testigo que de fe de su latir, se sumirá en la nada de nuevo.
-¿Entonces yo....? -balbuceé sin terminar de entender del todo la idea de lord Charles sobre la vida.
-Usted,mi querido amigo, es una mera y muy querida imagen especular de "mi" ser y de "mi" existencia...El hecho de que yo sepa que usted pueda pensar lo mismo que yo, para mi mente es sólo una inferencia lógica. Sin embargo no le desdigo de su certeza, sólo que eso para mí es secundario porque el dueño primero de la experiencia de existir soy yo, parte de mí y en mí morirá. Todo lo que me rodea es "mi" creación...Incluyendo, por supuesto, este maravilloso vino que nos ha acompañado en la cena.
- Hace casi un siglo -continuó mi amigo, no sin antes apurar su segunda copa de brandy...Copa que yo levantándome de mi asiento le volví a llenar - un compatriota mío decía que el yo y la sociedad nacen siendo gemelos. Añadía que cada uno somos como un espejo que refleja a quien pasó ante sí.

-Querido amigo -siguió hablando el duque después hacer una pausa para encender por enésima vez el cigarro que permanecía ahora apagado entre sus dedos- si ves en un espejo ¿qué ves? Si miras al mundo ¿qué ves? Mires lo que mires, siempre te ves a ti...Aunque tu experiencia directa no cuenta por lo que a mí respecta; sólo la supongo si aplico la lógica, ya que nuestros códigos de conocimientos son, si no idénticos, bastante parecidos. Nada me puede sorprender hasta el punto de no reconocerlo como perteneciente a "mi mundo", porque sería como desviar la mirada del espejo y ver "algo", naturalmente ajeno a mí y por lo tanto inexistente.

Lo que en su intención parecía tener los tintes de una broma muy al estilo de su tierra, no me hizo gracia alguna sino más bien todo lo contrario. En aquel punto de la conversación, empecé a temer por su cordura.
-Esta noche le daré la prueba definitiva de que estoy en lo cierto, mi dilecto amigo -siguió hablándome el duque sin prestar atención a mi incómoda posición. La noche, ya cerrada, dejó a las estrellas como testigos mudos de aquellas palabras.
- Mi vida se ha visto llena de muchas tragedias, desde la muerte de familiares muy estimados por mí, hasta la pérdida de los amigos que en algún momento me arroparon en mis momentos más complicados...
Lord Amygrave, tal vez más atrevido en sus palabras después de que el brandy fuese servido tras  la agradable cena, me abría su alma con aquellas impúdicas confesiones que jamás antes había hecho ante mí ni ante nadie.
- También se fue el amor deseado, las emociones y la alegría que antaño hicieron en mí tantas veces su hogar...Esas experiencias, ya de por sí penosas, hicieron de mi sin embargo un hombre nuevo, aunque qué duda cabe que ya no fui el poseedor del carácter que siempre quise para mí; me he convertido quizá en un ser frío, distante, olvidador del plaisir de vivre que una vez me conformó. Pero sé que mientras siga siendo lo que hoy soy, amigo mío, la pena y el dolor no se saciarán con mi sangre y mi ánimo. Ahora soy fuerte, más fuerte que ellos.

La oscuridad que nos rodeaba apenas rota por los débiles fulgores que ardían en la punta de nuestros cigarros puros, hacían de aquella cálida noche para mi amigo el duque, el lugar y momento perfectos para tan atrevidas confidencias. Yo permanecía callado, respetuoso con sus sombrías palabras que desvelaban un pasado lleno de sufrimiento del que apenas nadie sospechó nada jamás.

- Sin embargo sé que todo debe acabar, tal vez antes de lo que desearía. Nada sucederá hasta entonces, porque la distancia entre la vida y yo está marcada por cicatrices incontables que ni ella ni yo vamos a saltar; todo está atado a mi voluntad, a mi deseo de marcar yo mismo los plazos. Y ahora, precisamente en esta noche -dijo con dramática seriedad clavando su mirada en mí- voy a permitir que todo desaparezca...

Cuando me vine a dar cuenta, mi amigo se había descerrajado el cerebro de un tiro en la sien.
Me quedé paralizado un buen rato sin saber discernir qué había ocurrido exactamente. Miré a mi alrededor intentando buscar ayuda, pero recordé que estábamos solos ya que los criados habían sido despedidos hasta el día siguiente por su amo al comienzo de la cena.

Cuando pude reaccionar por fin, me dispuse a llamar a la policía no sin antes haber comprobado que lord Amygrave yacía a mis pies realmente muerto.
Agachado junto su cadáver y apenado por su repentino e inexplicable fin, un suceso vino a apartar mi atención del cuerpo sin vida de mi amigo. A mi derecha vi caer algo así como una bengala sobre los prados que se extendían delante de la terraza en donde habíamos cenado.
Me erguí y contemplé totalmente asombrado cómo las estrellas, una a una, iban desprendiéndose del cielo.

(La foto que acompaña al texto pertenece a Anabela Sequeira)